Una charla de cinco minutos con Amparo Ruiz de Luna hacía trizas el tópico del ego de los artistas. Amparo no se daba la más mínima importancia y respondía a los halagos con una dosis perfecta de sentido del humor y naturalidad, cualidades que también comparte su querido sobrino Carlos, con el que ha trabajado tantos años en el taller de la calle Bodegueros, 52.

Su naturalidad desarmaba y era tan gratificante que el interlocutor parecía estar hablando con esa misma adolescente manchega que siguió los pasos de su padre, Juan Ruiz de Luna Arroyo, y que desembarcó con todo su genio artístico en la pujante capital de la Costa del Sol allá por 1962.

Más de medio siglo más tarde esa adolescente sencilla, trabajadora y con una simpatía y naturalidad arrolladoras permanecía en Amparo Ruiz de Luna, convertida ya en una de las mejores ceramistas de España, lo mismo que en Picasso siempre permaneció el niño de la plaza de la Merced.

Amparo siempre fue una quinceañera con la capacidad intacta para asombrarse y explorar nuevas formas artísticas, para crear belleza sin la solemnidad de las figuras encumbradas, inalcanzables, quizás por eso, por esa cercanía y sencillez, era admirada por tantos malagueños no sólo como artista sino también por su calidad humana.

El suyo fue un doble proceso: a la vez que se iba convirtiendo en una gran ceramista, algo en su interior se iba modelando hasta que bien pronto dio lugar a una bellísima persona. Y seguro que no le costó mucho porque el buen material estaba ahí. Por eso sus famosos belenes, el ingente mobiliario urbano para Málaga e innumerables rincones de Andalucía, los paneles de cerámica para las cofradías, tantos y tantos encargos que buscaban acrecentar la belleza de su entorno formaban una mezcla perfecta de su arte y su personalidad.

Esta primavera Amparo se llevó una de las últimas alegrías: junto con su hermana recogió en nombre de su padre, Juan, el premio a título postumo Estrella Feniké de la Cultura de la asociación Zegrí. Estaba feliz, aunque soñaba con ver inaugurado algún día el museo dedicado a él en Málaga, después de la adquisición por el Ayuntamiento, a comienzos de 2010, de unas 350 piezas entre cerámicas, murales, cuadros, bocetos y documentación personal. El legado incluía además de las piezas paternas las del pionero de esta familia, Juan de Luna Rojas, abuelo de Amparo, quien en Talavera de la Reina cuenta con un museo sobre su obra y cuyo taller estuvo frecuentado por personajes de la talla de Unamuno, Benlliure, Belmonte o Sorolla.

Será ahora a su sobrino Carlos Ruiz de Luna a quien le toque reivindicar este hermoso objetivo y quien seguirá en solitario con el taller de los Ruiz de Luna en Málaga, la cuarta generación ya.

Por su certera mano de artista, su sentido del humor y sencillez no hay duda de que seguirá los pasos de la querida y admirada Amparo. Como un detalle más de esta ceramista siempre quinceañera de espíritu, nunca se desprendió de una muñequita de cerámica que realizó con sólo cinco años en el taller familiar.

Cuánta belleza ha salido de esta artista y cuántas sonrisas. Descanse en paz.