­Es una experiencia que todavía persiste. El buen periodismo no se ciñe al relato y a la descripción de un hecho temporal. También tiene la capacidad para provocar cambios. Hacer del mundo que le rodea algo mejor. Un lugar más soportable. Ahora, cuando planean las sombras más oscuras de desconfianza, y se ha consolidado la sospecha sobre los medios como meros instrumentos que responden a unos intereses económicos instalados en la penumbra, precisa recordar que en la provincia de Málaga, durante casi dos décadas, se contaba con una cabecera que hizo del sueño de cada periodista su aspiración diaria: descubrir y desnudar al poderoso, encender una pequeña luz que ilumine el camino en medio de la noche. El Sol de España lo hizo ofreciendo, en todo momento, un punto de vista liberal y ajeno al posicionamiento monocorde que imperaba en los periódicos de su época, ceñidos a la verosimilitud del régimen franquista y a los dictámenes de un Manuel Fraga al frente del negociado de Prensa.

Antes de trasladarse a Málaga, primero se instaló en Marbella. Aterrizó en esa ciudad en 1967 de la mano de Luis Zarraluqui y fue dirigido durante los últimos siete años, antes de su cierre definitivo en 1982, por Rafael de Loma, que supo caminar con criterio por la estrecha y pedregosa senda de intereses en la que se movían los periódicos en plena transición democrática. Una aproximación a la historia de este periódico, precursor en la lucha contra el mutismo intencionado del franquismo, y que corre a cargo del doctor y profesor de Geografía e Historia Carlos Sarria, detalla ahora en forma de libro la verdadera magnitud que tuvo esta cabecera en la consolidación de la democracia y de la tradición periodística. Tanto en la provincia de Málaga como en el resto de España porque, no en vano, durante años, se convirtió en el periódico más citado de las grandes cabeceras con sede en Madrid. Ayer se presentó oficialmente bajo el título de Prensa, Franquismo y Transición Democrática: Sol de España ( 1967-1982) en el Ateneo. Una puesta en escena que contó con la presencia del historiador y director de la tesis doctoral que sirvió como germen del libro, Fernando Arcas, y del entonces redactor jefe del periódico, Juan de Dios Mellado, y que sirvió para recordar a aquella estirpe de jóvenes periodistas que llegaron casi imberbes a la Costa del Sol y que acabaron rompiendo barreras desde una redacción, como se estilaba, envueltos en una nube de tabaco y con los pelos hechos un nido de pájaro.

Los hitos del Sol de España. A la postre, se percibe como una maravillosa anomalía. Pronto, después de las primeras sonrisas burlonas de una competencia que desempeñaba su labor con el rifle cargado y con reverencias al excelentísimo, el Sol de España se destapó también como una cabecera revolucionaria a la hora de abordar secciones tan consolidadas a día de hoy como pueden ser el turismo o la sección de televisión. Un avispero de periodistas en ascenso vertiginoso que dio lugar, también, al surgir de la crónica política y social. Su antiguo redactor jefe, Juan de Dios Mellado, recordó ayer de nuevo la huella que dejaron aquellos textos firmados por Mayte Bayona o Luciano González Osorio o la extraordinaria visión de Rafael de Loma como director. Con una metodología de trabajo ajena al golpe de internet y sin la vertiginosa urgencia de la inmediatez, Sarria recordó cuasi en tono romántico que «las mejores publicaciones provinciales y, también, nacionales se hacían en el Sol de España».

Fue, entonces, una cuestión de tiempo hasta que la lucha para desmantelar las telarañas del régimen iba a cobrarse en forma de cierre temporal del periódico. Fueron dos semanas en el mes de agosto de 1974 y a cuenta de un desmentido que sugería que Girón de Velasco, percibido por aquel entonces como seria amenaza golpista cuando Franco tuvo que ser hospitalizado por primera vez, se encontraba bajo arresto domiciliario. Aquel escándalo puso en órbita al periódico de manera definitiva y le granjeó el reconocimiento y la solidaridad de todo el gremio. El hito más sonado vino con la muerte de Franco, cuando esa redacción ubicada en Málaga se adelantó a todas las publicaciones.

En 1982, miles de lectores se sentían frustrados cuando los quiosqueros ya no ofrecían aquella cabecera que ayudó a consolidar la democracia en España, con un periodismo que ya no se ha vuelto a hacer.