­Habían venido para conocer de cerca la Semana Santa de Málaga, cuando tan solo diecisiete minutos fueron suficientes para truncar sus vidas. Con solo 48 años, un infarto cerebral sorprendía al marido de Manuela Molina mientras veía pasar los tronos. La respuesta al doctor Miguel Ángel Frutos, anterior coordinador de Trasplantes del Sector Málaga, fue instantánea; ambos tenían tarjeta de donante. Un mes más tarde, Manuela recibió una carta del hospital. Le indicaban que los riñones se habían quedado en la ciudad, que el hígado había viajado hasta Almería y que las córneas habían sido trasplantadas a dos chicos jóvenes .«Cuando vine el primer año desde Córdoba, todos me recibieron con sonrisas y abrazos, comprendí que había merecido la pena y sentí un consuelo muy grande», explica emocionada.

Antonia Olmo lo tuvo un poco más complicado y todavía recuerda lo duro que fue para ella tener que firmar el papel. «He tardado mucho en superarlo porque nunca habíamos hablado de ello, sus hijos me animaron y no me arrepiento, logramos salvar varias vidas», asegura.

Pero los que más saben de agradecimiento, son ellos, los transplantados. «Tengo muy presente que para mejorar mi calidad de vida, una persona falleció y una familia tuvo que sufrir mucho», cuenta José Becerra. Nunca olvidará el 24 de julio del 86, cuando un riñón cambió por completo su vida. Treinta años después, «sigue faltándole tiempo para hacer todo lo que quiere» y está a la espera de un segundo transplante. Antonio Fernández también recibió un riñón hace cinco años y después de otros cinco de espera, solo pensaba en «aprovechar más los días». «Somos una familia y cada año me emociono más», afirma.

Paqui Cruz nunca se sintió tan orgullosa de su condición de donante hasta que fue ella la que lo necesitó. Dejar de estar conectada a una máquina durante tantas horas y no tener que soportar el malestar posterior, la ha hecho recuperar las ganas de vivir. «Me hubiera encantado conocer a la familia para darle las gracias», dice.

La operación de Andrés Cuenca está aún reciente. Con 44 años veía como su salud empeoraba a un ritmo que asustaba mientras esperaba otra oportunidad. «Al mes de tener mi hígado nuevo mi hija con 10 años me dijo que quería ser donante». El transplante no solo le devolvió la vida sino que le enseñó a vivirla. «Ahora sé como hacerlo, me cuido más y lo aprecio todo, hasta los buenos días».