La música está en todas partes. Forma parte de nuestro día a día. Ya no solo la escuchamos en la intimidad o en la radio del coche. Paseando por la calle Nueva, la calle Larios o en la plaza de la Merced no solo hay en verano multitud de extranjeros sino que hay también música. Los turistas se suelen parar, admirados, por algo que antes no habían oído nunca. Los transeúntes rutinarios echan un ojo y siguen su camino con una mirada ocupada que transmite la negación a no pararse en semejante tontería. Algunos escuchan desde la lejanía atentos. Como si quisieran descifrar lo que intentan tocar o expresar con esa melodía. Las reacciones son diversas y también la música que transmiten ellos.

No son más de las 12 de la mañana cuando ya hay personas que se han instalado en el Centro de Málaga. Cuando la afluencia de público es mayor ellos salen de su escondite para tocar su música. Mientras que no pase la policía de Málaga. El artículo 41 de la última ordenanza municipal de Málaga de ruido de 2009 advierte de que no se puede manifestar cualquier tipo de canto, ruido en el exterior a no ser que exista autorización previa por parte del ayuntamiento. Una estricta norma que choca con la 'mano suave' de Barcelona que desde 2008 someten a los músicos callejeros a prueba para que solo los mejores alegren el oído a los espectadores, vetando esta oportunidad a los peores. «Solía tocar en el centro con mis amigos, hasta que multaron a la mayoría y dejamos de ponernos en las zonas más céntricas y pasamos a ir al Muelle Uno», comenta Mariano, un joven guitarrista asiduo a tocar en la calle.

La música callejera no está bien valorada. «Utilizando las mismas notas se puede componer una música preciosa, algo aburrido o simplemente una birria», argumenta Yuri Chugúyev, percusionista en la Orquesta Filarmónica de Málaga. Por otro lado, la calidad de la composición como tal en el caso de la música es muy importante su interpretación. En la interpretación, su calidad depende de las cualidades personales de los intérpretes, su preparación profesional, su carácter, sus experiencias, hasta de su ánimo y las ganas de tocar en el momento de la interpretación. La misma pieza musical puede tener un impacto muy diferente.

Yuri Chugúyev y Gorka Sierra, director de la Orquesta y el coro de Bilbao, compositor y organista, estudian la música que se oye en las principales calles del caso antiguo de Málaga, esté prohibida o no, sea mejor o peor.

Música en cada esquina. Puede ser por el terral que ha abatido a toda la Costa del Sol o que apenas hay músicos ya, pero por la mañana no hay casi nadie. En la calle Larios, el lugar más concurrido de toda Málaga, solo se oye el pisado de las suelas. En la calle Granada se encuentran tres músicos. El primero de ellos se regocija a mitad de la larga avenida.

La imagen, impecable. Es un hombre de unos cuarenta años, con traje y toca una canción que desconocen tanto Chugúyev como Sierra. Se limitan a poner cara de póker y Sierra admite que no es un sonido limpio.

Conforme la calle Nueva llega a su fin, dos jóvenes tocan junto a una panadería. Sus compañeras dos violas bien afinadas. Los turistas le echan monedas y varios se quedan mirando y aplauden. «Ni divertidos ni demasiado buenos. Es no es música, son solo notas». El músico de la orquesta de Bilbao admite que los dos jóvenes son músicos académicos. «No sé si serán los mejores músicos, pero para tocar en la calle, no».

En un descanso, ya que el calor no da tregua, tanto Sierra como Chugúyev coinciden en que tocar en la calle tiene su encanto. Pero debe llevar un toque divertido. Que guste. Que les guste. Mientras ellos no disfruten con lo que tocan, ¿cómo lo va a hacer el público?

Cuando el sol ha caído y Málaga parece que todo el mundo sale de las sombras y se desprende del aire acondicionado. Los turistas con arena en los pies reaparecen por las calles con síntomas de haber estado en la playa. Por la zona de La Manquita hay un joven. Justo en la Plaza del Obispo, una de las zonas donde más se concentra el turismo para comer y descansar. Descalzo, pelo rubio, está tocando un violín. Apenas pronuncia palabra cuando algún que otro espectador le echa una moneda. «Debe ser extranjero y por lo que está tocando y cómo lo hace, no parece que sea un músico de gran rango». Los especialistas concluyen en que solo toca para conseguir dinero.

En la avenida de al lado, la calle Santa María junto al aire ardiente de terral llegan acordes que recuerdan a blues. Sierra y Chugúyev se dirigen directamente allí y admiran. «Tocan bien, cantan bien y están sincronizados. Es totalmente distinto a lo que habíamos encontrado anteriormente», dice sonriente el músico de la Filarmónica. Como turistas, Sierra y Chugúyev se entremezclan entre los extranjeros para contemplar como dos individuos, más el blues que sale del violín y del dobro. Una guitarra resofónica, un instrumento de cuerda similar en su apariencia a una guitarra y de gran arraigo en el medio Oeste de Estados Unidos ue se utiliza especialmente para el blues y el country. «Parece que estamos en el lejano Oeste», confiesa anima Chugúyev.

La Plaza de Uncibay está repleta del bullicio característico del momento de la típica tapa a las ocho de la tarde. ¿Llegar al centro de la plaza? Imposible. Antes de entrar en el abarrotado lugar, dos hombres saltan, ríen, cantan y tocan no dos, sino hasta cuatro instrumentos. El saxofón, el clarinete, la guitarra y una caja. Suena Para bailar la bamba, una canción con componentes divertidos y que enganchan a escuchar y a bailar a cualquiera. «Esto es el arte de la calle», confiesa el músico malagueño. «Si todos hiciesen lo que hacen estos músicos, sería una gozada salir al exterior». Por su parte, Sierra argumenta que «esto no es solo música sino que se convierte en un espectáculo melódico y visual. Da igual cómo vistan, esto es maravilloso».

La noche cae en Málaga. Y con ella aparecen las tunas. La Cuarentuna Universitaria Ciudad de Málaga se adentra en la plaza de la Merced. Marco Paz, uno de los integrantes afirma que les gusta ir a los bares a tocar porque así no molestan. «En la calle sí que no nos gusta, pero estar en un bar, tocar para la gente que le gusta es perfecto. Así ensayamos y trabajamos a la vez». Chugúyev y Sierra apenas dicen nada. Ha sido un día intenso para ellos. Fracasos y aprobados han colmado con la tradicional música de tuna. «Para mí es un placer escucharles». Música o no, ellos la disfrutan.