De vez en cuando se publican los resultados de encuestas sobre los asuntos que más preocupan a los españoles. En los primeros puestos alternan cuatro o cinco preocupaciones; sin orden cito las más comunes: paro, economía, política, corrupción€

La corrupción es una de las estrellas de estas encuestas, que unas veces aciertan y otras no, como cuando se refieren a la intención de voto ante los comicios locales, autonómicos y nacionales. La corruptibilidad, los corruptos, los sobornos, las corruptelas, repito, están siempre en la lista de los problemas españoles.

Las corrupciones y los corruptos han existido siempre, aunque antaño, salvo los casos más sonados, el vicio o mal recibía un calificativo menos contundente: corruptela.

Hace un siglo

Hace un siglo -me lo contó un jubilado que ya falleció con más de noventa años-, el señor de esta historia me relató lo que le sucedió a principios del siglo XX. Había ingresado por oposición en el funcionariado de prisiones, vamos, que se vinculó al cuerpo del mismo nombre.

Fue destinado a la prisión de una capital de provincia, que no cito para no facilitar el trabajo de algún investigador que se interese por la historia de una esperpéntica corruptela, dando nombre, apellidos y toda clase de detalles. Me la relató en La Cosmopolita tomando café en compañía de su hijo.

A poco de incorporarse a su puesto de trabajo, un día le llamó a su despacho uno de los mandos intermedios, un jefe de negociado, tal al vez. Sin mediar apenas unas palabras, el susodicho funcionario de más rango, le dijo: «Ahí tienes (aquí el nombre del funcionario) tu parte». Su parte era una pluma estilográfica, unos cuantos billetes de banco y monedas y alguna cosilla más.

Se interesó por la procedencia de «esa parte» que le correspondía. Y supo entonces que era costumbre en la prisión de aquella ciudad poner en libertad por las noches de las fiestas de la localidad a algunos de los carteristas detenidos por delitos de robo, con el doble compromiso de retornar a la cárcel antes del amanecer€ y repartir entre los funcionarios de la prisión el botín conseguido en sustracciones de carteras, estilográficas y otros objetos de valor.

El joven funcionario solicitó el traslado a otra ciudad porque no podía aceptar la conducta que se observaba en aquella prisión.

El oficio de carterista

El oficio o profesión de carterista está definida por la Academia de la Lengua como «ladrón de carteras de bolsillo», una profesión tan antigua como las carteras o billeteras. Tengo un par de historias más sobre esta actividad delictiva. Estas dos historias sí sucedieron en Málaga y una de ellas la conocí de primera mano, como ahora recuerdo.

El comisario jefe de Málaga, hace muchos años, despachaba a primeras horas de la mañana con el gobernador civil. Le informaba de las incidencias del día anterior, de las previsiones para la jornada que se iniciaba y, en suma, le daba cuenta de lo relacionado con el orden público.

Una mañana, al llegar a su puesto de trabajo, el comisario fue advertido por un funcionario que el gobernador le había llamado con urgencia. No era habitual que la primera autoridad de la provincia requiriera su presencia antes de la hora acostumbrada.

Subió al despacho del gobernador -en la primera planta del edificio que hoy alberga el Museo de Málaga (la comisaría estaba en la planta baja)-; el gobernador, bastante preocupado, le dijo que acababa de llegar a Málaga un personaje a quien le habían sustraído la cartera nada más pisar tierra. Urgía recuperarla porque Málaga no podía dar una imagen tan desoladora a persona tan relevante.

El comisario, antes de abandonar el despacho, le pidió dos datos: hora y lugar en la que la víctima había sido asaltada o le habían birlado la cartera.

Con este detalle -la hora y lugar-, el comisario se reunió con varios funcionarios y urgió la recuperación de la cartera con todo lo que llevaba dentro.

Horas después, el propio comisario se la entregó al gobernador. Estaba todo. No faltaba nada.

¿Cómo la recuperación fue tan rápida, tan existosa? Muy sencillo: los funcionarios se pusieron en contacto con un confitero (confidente) con la orden de localizar al carterista. La operación se puso en movimiento€ y en un par de horas se supo qué carterista trabajaba a esa hora de la mañana en la calle indicada€ y se produjo la devolución sin rechistar.

Quizás el lector se pregunte cómo era posible un resultado tan espectacular en un robo concreto. Entre varias razones había una esencial: que muchas sustracciones no se denunciaban y la policía no actuaba porque desconocía esos robos. Aclaro que esto sucedió en la década de los años 60 del siglo pasado.Despedida

Otro comisario jefe -no el mismo de la historia anterior- se iba a jubilar al llegar a la edad reglamentaria. Dos o tres días antes del cese recibió una extraña visita: la de un carterista muy conocido porque acumulaba un largo historial delictivo. Había sido detenido muchas veces, se alojó en el calabozo de la comisaría más de una vez, estuvo en la cárcel en alguna ocasión€ Total, un delincuente con pedigrí.

El carterista, al tener noticia de su jubilación, quería tener el detalle de despedirse y desearle lo mejor en su nueva vida, disfrutar del merecido descanso, que es lo que se dice siempre en casos similares.

Como el comisario ya decía adiós a su carrera profesional, ante la gentileza del delincuente que le había proporcionado más de un dolor de cabeza, le formuló una pregunta sobre su profesión, cómo podía vivir sustrayendo carteras, qué técnica o medio usaba para apropiarse de la cartera de incautos, habilidad, captación de las víctimas propicias€ El aludido le dijo que eso era secreto profesional.

Se despidieron cordialmente deseándose suerte mutua. Ya no tendrían que enfrentarse por ocupar en la sociedad estratos muy diferentes.

Cuando el carterista abrió la puerta para abandonar el despacho del comisario, antes de salir, se detuvo y volvió la vista hacia el comisario, y con una sonrisa de complicidad, le entregó la cartera€ que le había sustraido a lo largo de la entrevista. Guiñó€ y agregó, «secreto profesional».

Soborno histórico

Termino el capítulo de hoy con un caso de sobra conocido y creo que publicado en alguna ocasión. Tiene una ligera connotación con Málaga porque uno de los hombres que trabajó para él lo conocí. Se le conocía por Frasquito. El tal Frasquito, en su primera juventud, fue contrabandista al servicio de un poderoso patrón. En más de una ocasión fue tiroteado por los carabineros cuando lo descubrían con mercancias de matute, preferentemente tabaco procedente de Gibraltar.

El capo o cabeza de aquella organización fue detenido y encarcelado con una condena de no sé cuantos años.

Cuando llevaba algún tiempo en prisión se ganó la confianza de un carcelero. Un día le preguntó por el sueldo mensual que percibía. Cuando logró la respuesta deseada, el preso le hizo una oferta. Más o menos fue así: Usted gana equis pesetas al mes, que al año suman la cantidad que fuera. Si me facilita la huida le doy en billetes de banco la cantidad equivalente a lo que necesitaría trabajar durante treinta o cuarenta años más como carcelero.

Y así consiguió la libertad.