Con una indeseable frecuencia he de enfrentarme con las lúgubres noticias de fallecimientos de amigos con los que he compartido buenos tiempos, ya que los malos los voy borrando para no recordar hechos que uno no quisiera haber vivido nunca. Son noticias que se van produciendo de forma inexorable porque la vida es finita. Cada vez que me llega la noticia de la muerte de un amigo me trae a la memoria algo que me ocurrió con él, algo que me contó, la última vez que hablamos…

Yo no soy dado a escribir obituarios o notas necrológicas porque es una tarea muy difícil de pergeñar por temor a olvidar algo importante, no subrayar un detalle, ser incapaz de reflejar su verdadera personalidad, sus virtudes…

En estos últimos meses he lamentado la desaparición de compañeros de profesión, de personas entrevistadas, de situaciones compartidas, citas para vernos que después no se produjeron…

Siempre queda algún cabo suelto, de una cita no llevada a cabo por razones inexplicables. Una de esas fue la concertada con José Luis Navas Carrasco, que fue mi director en Radio Nacional de España y que curiosamente debutó en la radio interviniendo en uno de mis programas. Antes de ese reencuentro, de forma inesperada, José Luis falleció y esa comida pactada no se llegó a producir.

Navas fue un gran profesional de la radio y la prensa, no perdió su condición de «ser del pueblo» (en Frigiliana y Periana estaban sus orígenes) y en lugar de su despacho en la emisora, cuando teníamos que tratar de algún asunto de la radio, me llevaba al bar de abajo para dialogar con un café por delante.

Aunque lo veía de vez en cuando en la piscina del Real Club Mediterráneo, que frecuentaba a la caída de la tarde, José Manuel Pérez Estrada fue compañero de estudio del primero y segundo curso de Bachillerato en el colegio de El Palo o San Estanislao, cuando los alumnos del Centro, no sé por qué, subimos el primer peldaño para ennoblecernos. El caso es que a todos los alumnos, entre el primero y el segundo apellido, se nos incluía la conjunción. Y cuando pasaban lista el profesor lo remarcaba de forma muy clara: José Manuel Pérez y Estrada, Guillermo Jiménez y Smerdou… A todos se nos agregaba la conjunción copulativa. Cuando dejé El Palo, dejé de pertenecer a la casta.

Me contaba José Manuel, que ejerció de juez en San Sebastián, que en los juicios en los que intervenían personas del ámbito rural tenía que recurrir a intérpretes porque solo hablaban en vasco y no sabían ni papa de español.Respetó una promesa

A lo largo de muchas conmemoraciones de Semana Santa tuve el placer de entrevistar a José París para que me contara las novedades procesionales de Jesús Cautivo, de la que fue hermano mayor en dos etapas de su vida.

En un par de ocasiones quise que me pusiera en contacto con dos miembros de la cofradía, hermanos de sangre los dos y hermanos de la cofradía desde mucho tiempo atrás. Estos dos malagueños, que emigraron a Australia en uno de los largos viajes por mar a Oceanía y que partieron de nuestro puerto, por razones que desconozco, hicieron la promesa de viajar desde su nuevo destino a Málaga cada Lunes Santo para portar el trono del Cautivo. José París declinó mi petición porque había prometido a los dos devotos que no daría a conocer sus nombres porque querían mantener el anonimato. Querían honrar al Cautivo pero no ser objeto de ningún tipo de publicidad.

Marcelo Arce

A Marcelo Arce, médico epidemiólogo, que durante años ocupó la jefatura de Sanidad en Málaga, aparte su pase por la corporación municipal como teniente de alcalde, me unió cierta amistad emanada de mi condición de periodista. Con las reservas que los funcionarios por obligación observan, siempre que acudí en demanda de informaciones relacionadas con la sanidad, Marcelo me atendió. En uno de los capítulos de estas Memorias conté un par de casos que relaté u omití porque su difusión hubiera producido cierta alerta a la población.

Un cosa que me comentó sobre el cuidado de la piel, sobre todo refiriéndose a las mujeres, que uno de los remedios más prácticos para mantenerla en las mejores condiciones era, al margen de las cremas y potingues que llenan las páginas de las revistas y más modernamente en las televisiones, la manera de secarse después del baño o ducha.

Para una mejor conservación de la piel, lo recomendado era no restregarse fuertemente con una toalla o albornoz; el secreto está, me dijo, en dejar que la humedad sea absorbida de forma natural por la toalla o albornoz… y sonriendo agregó a su información que este consejo perjudicaría a la industria de la cosmética.

Claro que el médico de niños o puericultor que atendía a mis niños, en lugar de recetarme algún medicamento para mitigar la tos, los resfriados… era poner agua y unas hojas de eucalipto en un cacillo eléctrico (creo que ya no se fabrican) y dejar que los vapores hicieran su efecto. Ahora todo se resuelve con jarabes, antibióticos y otras medicinas. El médico de mis hijos era Eduardo Jáuregui, fallecido hace muchos años.El padre Echamendi

No hace mucho -febrero del presente año- falleció el padre Echamendi, un sacerdote muy querido y respetado en Marbella, ciudad en la que durante más de treinta años fue párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación. Antes de llegar a Marbella ejerció su ministerio en algunos pueblos de la provincia de Málaga, como Guaro, Arriate, Tolox… y no sé si en alguna localidad más. Marbella ya lo agasajó en vida nombrándolo hijo adoptivo, dar su nombre a un colegio… Era natural de Pamplona y se incardinó en la diócesis de Málaga de la mano del cardenal Herrera Oria.

No llegué a conocerlo personalmente, pero recuerdo que me prestó una singular y curiosa ayuda que, claro, solamente conocíamos él y yo. Fue con motivo de la boda de Lolita, la hija de Lola Flores, en la citada parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación.

La boda fue un acontecimiento social y folclórico por la abigarrada participación de gentes del espectáculo. Se dieron cita artistas, famosos, periodistas venidos de Madrid, curiosos, fotógrafos, … y en la bulla, codazos, abrazos, vivas, olés y todo lo que rodeaba la celebración, la madre de Lolita, o sea, la faraona Lola Flores, perdió una valiosa joya.

Por razones de trabajo en otro campo de la información, no pude trasladarme a Marbella para contar después el acontecimiento en uno de los periódicos del que era corresponsal en Málaga. Tuve el atrevimiento de llamar a la parroquia para que me facilitaran información de lo sucedido, y la persona que me atendió fue el propio párroco, don Francisco Echamendi. Y el sacerdote (yo entonces no sabía que era licenciado en Periodismo) me contó todo lo sucedido con gracejo y con curiosos detalles. Total, que casi me «escribió» la reseña que yo necesitaba para cumplir el compromiso de redactar una crónica de la «histórica boda de Lolita».

Por pudor no firmé la crónica porque el autor fue el padre Echamendi. Como desempeñaba entonces la corresponsalía de la agencia de noticias Logos, me limité a reseñar: «Marbella. Crónica de la agencia Logos». Le di las gracias entonces. Su muerte me ha empujado a revelar el secreto. ¡Gracias otra vez!, aunque ya no se las pueda dar personalmente.

Timoteo Esteban

Timoteo Esteban falleció hace un año o dos. Como periodista fue destinado a Málaga para dirigir el desaparecido diario La Tarde. Si la memoria no me falla creo que antes de recalar en Málaga, donde vivió gran parte de su vida (falleció con más de noventa años) dirigió el diario Información de Alicante.

Timoteo, cazurro castellano, era un gran observador y conversador; y de su aparente indolencia nada escapaba de su vista, y como complemento de esta virtud, disfrutaba de una gran memoria. Con estos dos bagajes era una delicia charlar con él porque sabía de todo, acumulaba recuerdos y en todo momento compaginaba el presente con el pasado y, si se le escuchaba, era el animador de cualquier reunión.

Dejando a un lado las ocasiones en las que coincidíamos por razones de trabajo, gocé de su compañía en dos o tres viajes al extranjero. Viajaba con la maleta casi vacía para poder comprar prendas para su mujer e hijos. Llevaba anotadas las tallas de cada miembro de su familia para evitar errores.

En el balneario de Bad Godesberg, ciudad balneario cercana a Bonn, nos hospedamos un grupo de periodistas españoles invitados por el Gobierno de la República Federal para que viéramos e informáramos de los efectos del llamado «muro de la vergüenza» que partía en dos la ciudad de Berlín; por cierto que en ese balneario el dictador Hitler disfrutaba de sus vacaciones.

Antes de la cita matinal para que todos estuviéramos preparados para seguir el viaje, salí al exterior para echar una mirada a la pequeña población. Al andar unos metros me topé con Timoteo que, según me contó, siempre madrugaba para captar la vida de la ciudad que visitaba. Y empezaba a contar lo que había visto, de los rincones más recónditos, del arbolado de las calles…

A largo de los años que nos tratamos, no con frecuencia porque cada uno trabajaba en un medio diferente y él como director de periódico acudía solo en casos muy específicos, hicimos amistad y unas veces coincidíamos o no en aspectos de la existencia diaria. A él le gustaba fumar buenos puros habanos que con lenta fruición quemaba, o recurría a la pipa, otro de sus pequeños vicios. Yo no fumaba y no compartía su afición, como tampoco estábamos de acuerdo en algo que como malagueño yo defendía: a él no le gustaban los chanquetes, y a mí, sí; en cambio era admirador de las cocochas, que a mí ni me iban ni venían.

Curioso y educado periodista que tuvo la dolorosa misión de cerrar el periódico La Tarde, luctuoso suceso acaecido el 30 de septiembre de 1975. El último número fue el 10.972. La Tarde, decía en la despedida, «deja de publicarse temporalmente». Han pasado cuarenta y dos años de la esa temporabilidad.