Un día -han pasado bastantes años-, el secretario del Ayuntamiento de Ronda, a la sazón Ignacio Javier Huelin, que después fuera diputado o senador por la extinta UCD (Unión Centro Democrático), repasando documentos, archivando papeles, ordenando lo que su antecesor dejó pendiente o no se atendió por falta de personal, encontró, fuera del lugar que le correspondía, un documento que le intrigó. No podía admitir que aquél documento no estuviera debidamente registrado y archivado. Lo leyó atentamente, lo releyó; le parecía insólito lo que allí se comunicaba, y decidió investigar.

Hallazgo

El inesperado hallazgo era nada más ni nada menos que la comunicación del Ministerio del Ejército de la concesión el 23 de octubre de 1941 de la Medalla al Mérito Militar, con pensión, a un ciudadano rondeño, en reconocimiento a una acción heroica en la Guerra Civil Española. Rescató una bandera en el frente de Figueras. La persona distinguida con una de las más altas condecoraciones de la orden fundada en 1866 por la reina Isabel II, se llamaba Salvador Marín Carrasco, vecino de Ronda, al que el Ayuntamiento rondeño tenía que localizar para comunicárselo.

Ignacio Javier Huelin no podía creer lo que estaba sucediendo, pero como responsable de la secretaría de la corporación municipal, se puso en marcha. Había varias incógnitas por despejar, la primera de ellas, si en su día fue localizado el soldado premiado, si se le impuso la medalla… y descubrió que ninguno de estos dos hechos se habían producido. ¿Cómo era posible que un escrito tan importante y trascendental emitido por del Ministerio del Ejército no se hubiera cumplimentado? Entre la concesión y el año presente - entonces 1970- habían trascurrido ¡veintinueve años! Lo único que tuvo claro Huelin es que se había producido un caso de incuria o negligencia.

Pocas palabras

Cuando todo se resolvió favorablemente -menuda faena se cometió con el joven héroe- recuerdo que se trasladó a Málaga capital para recibir un homenaje, ser agasajado, llevarle de un lado a otro… En ese desplazamiento a la capital tuve el honor de entrevistarle. Era un hombre sencillo, ya entrado en años, llevaba la medalla en la solapa de la chaqueta y no salía de su asombro por todo lo sucedido. Parco en palabras, discreto, en compañía de su esposa, accedió a que le entrevistara para Radio Nacional.

De su gesta habló poco; bueno habló poco de todo porque el primer sorprendido fue él, y era un hombre de pocas palabras. Lo que sí recuerdo fue lo que me respondió a una pregunta muy concreta: «Mi capitán me felicitó y me dijo que me iban a dar un premio».

Hago un inciso: la entrevista grabada en cinta magnetofónica se radió… y como era habitual entonces, por la escasez de recursos, se volvió a grabar sobre ella. Cientos de entrevistas de aquella época, realizadas por compañeros de Radio Nacional, se perdieron porque el presupuesto no permitía comprar cintas nuevas y conservar las grabaciones más importantes o curiosas.

Una calle

Me contó, aparte lo que el capitán le manifestó, que había sido cabo de Regulares de Ceuta, concretamente de la 29 compañía, Tabor 10. Estuvo en la guerra civil y se licenció cuando llegó el momento. Ya ni se acordaba de lo que le dijo su capitán en las trincheras: «Te premiarán por lo que has hecho». A sus cincuenta y cuatro se enteraba que el rescatar la bandera había sido considerado por sus superiores como una gesta. Era mi obligación como soldado, me dijo. Restó importancia a los años trascurridos entre la acción y el prometido premio.

Después de pasar un dar de días en Málaga donde recibió felicitaciones y agasajos regresó a su Ronda natal. Supongo que le abonarían los retrasos de la pensión -veintinueve años-, y el Ayuntamiento de Ronda, culpable de la negligencia, le ofreció el empleo de conserje en el Patronato Virgen de la Paz, un instituto de bachillerato y de preparación para acceso a la Academia Militar de Oficiales de Zaragoza. Aceptó el cargo y, por el tiempo transcurrido -nació en 1916-, supongo que habrá fallecido, salvo que sea un venerable anciano de 102 años.

Pero su nombre no se ha perdido. Aparte de figurar en la lista de condecorados con la Medalla al Mérito Militar, la corporación municipal acordó en un pleno dar su nombre a un calle de la ciudad. La calle está en el barrio de San Francisco, donde él vivió… o vive todavía.

Señoritos

Lo del olvido de Ronda, que acabo de narrar, me ha traído a la memoria otro olvido, pero no de la trascendencia del anterior.

Resulta que un señor o señorito de la Caleta (antes a todos los residentes de la zona de la Caleta, Paseo de Sancha y paseos del Limonar y Miramar se les identificaba como «señoritos de la Caleta») ese señor o señorito, repito, fue en coche conducido por su chófer a la estación de los andaluces, como se llamaba antes de darle el nombre de la filósofa veleña María Zambrano, porque se iba a Madrid en tren.

Cuando subió al tren -a un vagón coche-cama, por supuesto- le dijo a su subordinado: «Me esperas aquí hasta que vuelva». Y el jefe de estación levantó la banderita recogida autorizando la salida convoy después del ritual de «¡Señores, viajeros al tren!». Entonces no era obligatorio extender la invitación a las señoras; se suponía que no era necesaria la matización.

En aquellos años había solo un tren diario que iba desde Málaga a Madrid, pasando por Bobadilla. La salida era a las 8 de la tarde, o 20 horas, según Renfe. La llegada a Madrid era a una hora imposible de fijar. Una hora o dos de retraso era habitual.

Cuando el tren arrancó echando humo por todas partes, el sumiso empleado del señorito se preguntó cuándo regresaría el amo. Le había dicho que le esperara hasta que volviera.

Preguntó al jefe de estación o a algún empleado de Renfe a qué hora regresaba el tren de Madrid. La respuesta fue tan escueta como insuficiente: los trenes de Madrid llegaban a Málaga a las 8 de la mañana… si no se producía un retraso.

Para satisfacer la orden del señorito, todos los días, a las 8 de mañana, esperaba la llegada del exprés de Madrid para recogerlo. ¡Ocho días tardó en regresar! Ocho días que puntualmente el chófer acudió a la hora indicada a la estación de los andaluces para recoger al señorito que se había olvidado decirle el día que iba a retornar.

Entonces el inventor de los móviles no había nacido todavía.