La noticia de la declaración de la Sierra de las Nieves como Reserva de la Biosfera por parte de la UNESCO me trajo a la memoria algo que hace muchos años me contó sobre este paraje el ingeniero de Montes, don Luis Gómez-G0uillamón Maraver.

A su dedicación profesional unía otra que nos acercó: Gómez-Guillamón escribía con gran gracejo sobre temas muy variados, unos en relación con su profesión y otros sobre la actualidad o lo que encartara. Era un gran observador, tenía una gran facilidad para contar historias, destilaba un fino humor y, a raíz de un encuentro que tuvimos al ser los dos miembros de un jurado para fallar un concurso que ahora mismo no recuerdo su origen y fin, le propuse que cuando tuviera tiempo y ganas colaborara en un programa de Radio Nacional de España en Málaga. Yo había cesado como jefe de los Servicios Informativos para ocupar la Jefatura de Programas, y por lo tanto disponía de algunos recursos para contratar personas para colaboraciones. Había contratado a un contador de chistes, a un personaje que se desenvolvía en el mundo del flamenco, otro que relataba anécdotas de la vida de la ciudad…

La primera condición que le puse fue que él leyera sus escritos; tenía una voz muy personal, de fácil conexión con los posibles oyentes, no engolada, muy lejos de la perfección de los locutores profesionales. Como no se trataba de leer noticias que requieren un tono neutro e impersonal, su manera de expresarse respondía a lo que pretendíamos en el espacio elegido para estas colaboraciones: espontaneidad, gracejo, simpatía, naturalidad…

El pago por cada una de sus colaboraciones era, digamos, testimonial, una ridiculez. Aceptó porque su medio de vida era la ingeniería de Montes, y no la literatura. A él le gustaba escribir, disfrutaba y se aislaba de vez en cuando de su quehacer diario de las repoblaciones forestales, estado de los ríos de la provincia, la flora y la fauna, preocupación por posibles incendios forestales…Cuando percibía los honorarios de sus colaboraciones me decía que se lo iba a gastar comiendo fideos fritos chinos o japoneses en un restaurante de Torremolinos, precisamente en el que nos conocimos después de fallar el concurso que nos unió.

En uno de sus artículos abordó una moda o costumbre que se estaba imponiendo: acercarse a la naturaleza. Quizá fuera por los documentales de la «2» en los que se resaltaba la naturaleza en toda su magnitud, los bosques, los animales salvajes, los insectos, los depredadores… La gente empezó a subir montañas, andar por peligrosos caminos, cruzar ríos y arroyos, hacer barbacoas… La vida sana.

Me decía que la vida en el monte, y de eso sabía bastante, no era tan bucólica ni apacible como parece. Es muy dura. Y hablando de animalitos, me contaba que esos bichitos que parecen tan simpáticos, a veces acumulan una mala leche que solo conocen los que por la profesión entran en contacto a diario con ellos. No recuerdo exactamente a qué ave en cuestión de refería; no si a la grulla o a otra zancuda. Me decía que destruían los huevos de otras aves por hacer daño. Quizá para evitar competencia en su hábitat.

Años después, yo ya jubilado y él también, coincidimos en una cafetería de El Palo donde estaba tomando café con churros. Charlamos un rato, recordamos su pasado como colaborador de Radio Nacional… y creo que no volví a verlo. Falleció poco después.

Sierra de la Nieve

Con el avance de la declaración de la Reserva de la Biosfera del Mediterráneo, donde está incluida la Sierra de las Nieves, me acordé de un artículo o reportaje que Gómez-Guillamón escribió sobre la primitiva denominación del paraje que hoy es noticia muy importante para una zona privilegiada de la provincia de Málaga y que abarca a varios pueblos de la Serranía de Ronda, como Yunquera, Tolox, Monda y otros.

Después de indagar infructuosamente durante varias semanas en pos del artículo de referencia, de forma casual lo hallé en el número 44 de la revista Jábega correspondiente al cuarto trimestre de 1983, trabajo titulado ¿De la Nieve o de las Nieves?

Empezaba su artículo: «Con una alegría que contrasta con la severidad del paisaje, se ha dado en llamar en los últimos tiempos Sierra de las Nieves a la que, desde siempre, ha sido conocida y nombrada como Sierra de la Nieve».

El origen de su primera denominación viene de una industria singular hoy olvidada en aras del progreso tecnológico.

En la sierra, donde nevaba unas tres o cuatro semanas al año, se creó un comercio que se mantuvo hasta 1931.

Consistía en la construcción de neveros donde se enterraba la nieve para su posterior venta principalmente a Málaga capital. Los neveros o pozos de la nieve tenían un diámetro de ocho o diez metros y una profundidad de metro y medio, reforzados con un murete de piedra. La nieve, depositaba en el interior, se conservaba bajo una capa de aulaga morisca y otra de tierra. Cuando llegaba el verano y se producía la demanda de nieve, se extraía la mercancía. Los neveros -la palabra nevero se utilizaba indistintamente para denominar los pozos o almacenes y a los hombres que se dedicaban a esta tarea- introducían en grandes serones hasta veinte o veintidós arrobas de nieve bien apretada. Para su traslado a los lugares de consumo se recurría a mulos de Alozaina, que eran los más celebrados de la comarca por su resistencia. El viaje, según contaba Gómez-Guillamón, se hacía de noche huyendo del calor. Para una mejor conservación -para que no se derritiera- la helada mercancía se envolvía en tamo, un producto aislante compuesto por polvo o paja muy menuda procedente de semillas trilladas, como el trigo y la cebada.Fábricas de hielo

Este negocio, cuyos orígenes se han perdido en el tiempo -parece que se remontaba a la época de los romanos- dejó de funcionar cuando se construyeron las fábricas de hielo. La primera que se montó en Málaga fue a principio de la década de los años 30 del siglo pasado.

En el artículo de Gómez-Guillamón, el autor recoge el siguiente texto: «En una crónica de la cacería celebrada en el Coto de Doñana en la primavera del año 1634, ofrecida por el duque de Medinaceli a Su Majestad Católica el Rey Felipe IV, y a la que asitieron, entre invitados y servidopres, nada menos que doce (sic) personas, se dice textualmente: Traíanse cada día seis cargas de nieve de Ronda en cuarenta y seis acémilas».

Vestigios

Yo hace muchos años que no piso la hoy conocida por Sierra de las Nieves -en plural- pero creo que se conservan los restos de algunos neveros o pozos que dejaron de utilizarse hacia el año 1930. Los senderistas que gustan practicar este deporte seguro que localizarán más de uno en sus recorridos.

Hoy no hay que recurrir ni a los neveros ni a las fábricas de hielo. Cada uno, y generalizo, fabrica su propio hielo en casa con agua del grifo o mineral.