Bodegas Victoria Ordóñez e Hijos vuelve a embotellar el sabor que guarda los Montes de Málaga. Esta vez lo hace con un espumoso rosado y seco con el que ofrece una opción para comenzar el aperitivo y continuar todo el almuerzo: Las Olas del Melillero.

Su nombre vuelve a ser un guiño a la tierra de donde proviene este caldo a partir de variedades tintas que han estado 14 meses de crianza en barrica y continúa la fermentación en depósito. Algo diferente que roza la excelencia y con el que se posicionan en el mercado con cinco vinos diferentes, a falta del sexto, que presentarán en febrero, y en tan solo tres años largos desde que arrancó este proyecto. «Las Olas del Melillero se puede tomar con todo: con un plato de jamón, arroces, pescado... Queríamos hacer algo diferente y de calidad», explica Victoria Ordóñez.

Con este nuevo producto, la bodega ya cuenta con cuatro malagueños: La Ola del Melillero (90 por ciento Pedro Ximénez de Málaga), Voladeros (Pedro Ximénez de barrica) y Monticara; un vino con uva moscatel de barrica procedente de la Axarquía. Y es que, el gran mérito de esta bodega es que ha logrado recuperar los sabores que cientos años atrás hicieron de Málaga y sus montes un lugar de primera dentro de la historia vitivinícola y que se remonta siglos atrás como principal productor de la uva Pedro Ximénez. «El vino malagueño por excelencia es un Pedro Ximénez pero hacía siglos que no se hacía nada», explica Ordóñez. Un trabajo cuidado hasta el más mínimo detalle que ha hecho que el 60 por ciento de su producción actual salga fuera de nuestras fronteras para llegar a restaurantes Estrella Michelin de sitios tan dispares como Manhattan o Luxemburgo o países como Holanda o Bélgica, entre otros. «El año que viene ampliamos la exportación a más del 70 por ciento», matiza. Europa, EEUU y el próximo destino al que llegará el sabor de Málaga es Japón.

Una proyección impensable

Una producción que comenzó el primer año con 6.500 litros de vino y le ha llevado a procesar casi 70.000 kilos de uva en cuatro cosechas. «¿Quién me lo iba a decir? Iba a ciegas y todo lo que me movió a fundar este proyecto era por lo que había leído sobre los Montes de Málaga. Lo había leído pero no se habían catado», explica.

Inmersa desde siempre en el mundo del vino por tradición familiar, lo que le hizo colgar la bata como médico para meterse de lleno en los viñedos, junto con su hijo Guillermo, ingeniero agrónomo, fue su deber moral de no dejar que se acabara de perder lo que esa tierra había dado. «Se ha perdido muchísimo pero me pareció que no se podía dejar perder; el que ha sido uno de los patrimonios vitivinícolas más importantes de Europa hasta hace nada, porque en la historia dos siglos no es nada, iba a desaparecer», incide. De los 900 lagares que había en el siglo XIX, según está documentando, aún quedan algunos; al igual que los tinajeros (tinajas enterradas en el suelo) todavía persisten por ahí perdidos algunos, según apunta.

Victoria sigue estudiando. No deja de buscar entre los libros la historia de los Montes de Málaga como escenario de la producción vitivinícola. Una tarea que le ha remontado hasta el siglo octavo y en la que no descarta retroceder más aún en el tiempo. Puestas en común con investigadores de Geografía de la Universidad de Málaga, tratados de agricultura árabe; todo en relación a este mundo le interesa y le lleva a afirmar la riqueza que aguarda este lugar.

Ya prepara la presentación de su próximo vino en París. Será en febrero y sólo adelanta que es el primer tinto de la bodega. No da más detalles, pero asegura que Bodegas Victoria Ordóñez e Hijos aún tiene proyectos entre manos que sumar. Habrá que estar atentos.