El contexto político en España se asemeja por momentos al de un disco rayado. En consecuencia, hay mensajes que se repiten con el pasar del tiempo. Da igual lo que haya sucedido en los últimos meses porque la situación está tan enconada, que ninguno de los caminos explorados acaban en algo potable o palpable. Prueba de ello se tuvo ayer en Málaga con la visita del exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, que participó en unas jornadas conmemorativas del 40 aniversario de la Constitución española en el Rectorado de la UMA. Han pasado unos diez meses desde su última visita a la capital. Entonces, acudió a la presentación de un libro que lleva por título El laberinto de Cataluña, escrito por Juan Cano Bueso. El país lleva tanto tiempo perdido en este enredo, que ya ni se sabe por dónde se entró ni lo que lo que va a ocurrir en el futuro. Aunque Guerra dio algunas claves de lo que él cree que está pasando, siempre enlazando sus explicaciones con una firme defensa de la actual Constitución y estableciendo una relación directa entre el secesionismo catalán y su afán por liquidar la Carta Magna. De entrada, cabe reseñar que hay ahora mismo una generación de políticos que, a pesar de su jubilación, siguen emergiendo como entes pensadores que suscitan un elevado interés. Guerra pertenece a ella y así se explica que reunió en el Rectorado a un auditorio muy nutrido. Lunes y tarde suelen ser una buena combinación para restar asistencia. Guerra dio ideas y rehuyó de las ambigüedades, aunque a punto estuvo el encuentro de empezar con mal pie por culpa de un reportero de televisión que decidió abordarle justo al entrar y preguntar al exlíder socialista sin anestesia, qué sorpresa, por Vox. Guerra, con notable enfado en su rostro, cortó en secó una pregunta que podía parecer que estaba bien formulada y adujo que no tenía mucho sentido responder si el que la formulaba ni tan siquiera mostraba un mínimo de interés por el tema principal que iba a sustentar su intervención: el 40 aniversario de la Constitución. La reacción de Guerra fue, en parte, el triunfo de quien ya no está sometido a las veleidades de la actualidad informativa. A la prensa ni siquiera le dio tiempo a repreguntar luego en el turno de preguntas porque éste se cayó del programa por el temor a intentos reincidentes.

El histórico líder, entrando en materia, protagonizó a la postre una férrea defensa de la Constitución, a la que describió como un hito del consenso bien entendido y como «un acta de paz», al ser el vehículo que permitió transitar el camino entre la dictadura y el advenimiento de la democracia en España. Un consenso bien entendido, aseguró, porque fue el resultado de una lista larga de renuncias entre los responsables políticos de los diferentes partidos, entonces al mando. Justo lo que, según Guerra, faltaría hoy. Y, aunque no se mostró contrario a reformar la Carta Magna, dejó claro que la principal preocupación debería ser ahora mismo protegerla de los que la quieren destruir, y que Guerra identificó nítidamente con los políticos secesionistas en Cataluña. «Ahora tenemos un problema importante, que es la secesión, y hay que actuar con inteligencia y paciencia para combatir al filonazi esloveno». Adjetivación de trazo grueso que reservó para un Quim Torra al que situó dentro de una especie de resignación histórica. «Tres golpes de Estado en un siglo, yo creo que ya está bien», dijo en referencia a tres intentos de ruptura de Cataluña con España, y que Guerra situó en 1931, 1934 y 2017.

Para el exvicepresidente del Gobierno, eso debería ser lección suficiente, aunque admitió que alberga dudas por una involución en el ciudadano: «No lee, no estudia, pero dice cualquier cosa».