El currículum del bioquímico Antonio Alcaide (Antequera, 1939), con un doctorado español, un doctorado de Estado francés y experiencia todoterreno en investigación, incluye el haber sido convocado por el equipo médico del rey Hussein de Jordania; trabajos a bordo del buque oceanográfico del equipo del comandante Cousteau pero también en tierra firme, en países como Corea del Sur, Japón, Francia, Honduras, Reino Unido o Estados Unidos.

Organizador del Departamento de Bioquímica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Alcalá de Henares, declinó ser catedrático extraordinario para que no se mezclara la enseñanza, que tanto adora, con la política.

Gran conversador, desgrana una vida intensa que en realidad son nueve o diez vidas. Por su camino se cruzó el ibuprofeno y desde hace 20 años, gracias a un helecho hondureño del que conoce todos sus secretos, está volcado en mejorar la calidad de vida de los niños con sida en Honduras. Aunque no le guste presumir de ello, su ciencia y su entrega han salvado ya un número ingente de vidas.

Hijo de un tornero mecánico a cargo de la fundición Alcaide de Antequera, estudió en el Colegio La Salle, y como pese a sus brillantes notas su familia no tenía dinero para que prosiguiera su educación, recibió libros usados del Colegio de los Carmelitas y pudo hacer bachillerato en el Instituto Pedro Espinosa de Antequera.

Fue allí donde se le presentó la vocación por la Ciencia: «Un día paseaba por los patios del instituto y como tenía obsesión por los aromas, pensaba cómo podía lograr ese aroma; también pensaba en la enfermedad, en que el organismo es un compendio de reacciones químicas, por eso decidí estudiar Química y Biología». Como explica, en esos años no existía la Bioquímica, porque la dictadura la prohibió por cuestiones ideológicas.

Sin embargo, tan grande fue su determinación, que en tercero de Bachillerato se buscó un profesor particular «para estudiar Química los veranos» y cuando ingresó en la Universidad de Granada en el 56 (a estudiar Química, claro), en tercero se pasó a la Química orgánica, «lo más cercano a la Bioquímica».

Acabó con premio extraordinario y con un idioma más que le serviría mucho en su vida científica: el inglés. Antonio Alcaide marchó a Madrid a seguir formándose y poco después, a la famosa Residencia de Estudiantes, donde además de estudiar aportó un poco de vida cultural a esa institución maldita para el Franquismo. De hecho, logró invitar a visitar la Residencia a un exministro de la República .

«Hice como pude la Bioquímica porque nadie me orientaba. Recuerdo que mi director de tesis me dijo: usted es muy bueno, tiene que irse de España y el centro que combinaba las técnicas nuevas en Bioquímica estaba en París», recuerda.

Etapa francesa

Corría el año 66 y Antonio Alcaide marcha con su mujer, Merche, catedrática de francés, a su nueva vida en Francia, en concreto a una institución de élite del CNRS (iniciales en francés del Centro Nacional para la Investigación Científica). Sus años franceses -en los que hasta logró organizar para los trabajadores un club de pesca, una de sus grandes pasiones- los compaginó con investigaciones en varios laboratorios de Estados Unidos. «En aquella época en Francia y Estados Unidos viví todo lo relacionado con el colesterol», explica y recuerda cómo se encerró unas navidades en una universidad de Filadelfia, para demostrar a un colega que sus teorías sobre el colesterol no eran las acertadas. «No lo hice para ver quién tenía razón, sino para demostrar la verdad científica», subraya.

Universidad e ibuprofeno

En 1974 pide una excedencia y vuelve a España para colaborar en la marcha de la que luego sería la Universidad de Alcalá de Henares, donde se ofrece a impartir clases sin cobrar e incluso a dar clases extra en verano y fines de semana.

Además, entra a trabajar en el mundo farmacéutico español, los laboratorios Liade, donde diseña y supervisa la aspirina soluble, un gran éxito comercial que sin embargo debe ceder el sitio al ibuprofeno, porque en 1978 los laboratorios ingleses Boots, con sede en Nottingham, se hacen con todas las acciones.

Antonio Alcaide entra en el equipo desarrollador del ibuprofeno y el descubridor de la molécula, Stewart Adams, fallecido en enero, le propone un viaje científico por varias ciudades españolas para hablar de lo que el científico antequerano calificaba como «un fármaco mágico».

Como curiosidad, Antonio Alcaide fue el que ideó un regalo muy especial para el Rey Juan Carlos, que recibió al investigador británico: la fórmula del ibuprofeno realizada por un joyero en plata, oro y cobre.

Cuando estaba en ese comité científico internacional advirtió de los efectos secundarios muy marcados de una segunda molécula: flurbiprofeno. «Se hicieron comprimidos de 100 mg y dije que harían boquetes en el estómago. Al final lo lanzaron... y lo retiraron del mercado», cuenta.

Fueron unos años en los que la curiosidad de este científico por explorar nuevos campos le condujo a investigar las propiedades de la corteza de un árbol de Madagascar (Prunus africana), empleada en algunos países para combatir una enfermedad de la próstata; los hidratos de carbono («creo que sólo se habla de ellos en las dietas y tienen mucho potencial», afirma); las propiedades del aloe vera en unos tiempos en los que era una planta muy poco conocida o los BRM (iniciales en inglés de Modificadores de la Respuesta Biológica).

El helecho de Honduras

Resulta imposible mencionar todos los logros, países e investigaciones realizadas por este científico antequerano que es la cordialidad en persona. En todo caso, un momento inolvidable para él, a fines de los 80, fue la llegada a su vida de un helecho hondureño que se ha convertido en el centro de todos los trabajos que desde entonces ha realizado en Honduras pero también en Estados Unidos, Francia y España.

Se trata de la calaguala, de nombre científico Phlebodium decumanum, que como recalca el investigador, «no es un fármaco, pero cumple con creces todo lo exigido para ser considerado un alimento funcional o nutracéutico» por la acción beneficiosa que produce en el organismo.

Antonio Alcaide repite mucho la palabra inglesa Serendipity, los hallazgos por casualidad, porque como ya le señaló un colega inglés, han marcado su vida.

«Yo no pensaba trabajar en el mundo del sida, pero cuando ves que la gente muere por la calle de la enfermedad...», señala. Antonio Alcaide conoció una de las ciudades más peligrosas de Centroamérica, San Pedro Sula, en Honduras, y la labor de la Fundación Amor y Vida, que rescata a niños de casas de prostitución. El científico ideó un jarabe basado en este helecho y empezó a aplicarlo a esos niños con sida el 30 de agosto 1998. «Los niños se estaba muriendo y a partir de entonces no se murió ninguno. Por lo menos, hasta que hubiera medicamentos podíamos frenar la enfermedad», comenta.

En la actualidad, Antonio Alcaide sigue volcado en la lucha contra la mortalidad infantil. Además, desde hace seis años preside en Madrid la asociación cultural Forum 2000, que organiza charlas privadas con personalidades de nuestros días. Por cierto que dos de sus hijas siguen su ejemplo y son eminentes científicas en Estados Unidos.

Una vida de entrega a los demás que, confiemos, sea pronto más conocida porque este gran científico malagueño acaba de concluir sus memorias.