En el plano de José Carrión de Mula de 1791, la calle Dos Aceras aparece con el nombre de Las Haceras, con una hache esplendorosa. Esta vía separaba las zonas que, más allá de los muros de la ciudad, pertenecían a las parroquias de Los Mártires y Santiago.

Con un nombre tan mundano, la calle Las Haceras y luego Dos Aceras, antes de terminar el siglo siguiente ya perdió su nombre tradicional y durante unos años se llamó calle Francisco de Leyva, en recuerdo del poeta (esta calle se encuentra hoy en el Camino de Antequera). Más tarde, nos recuerda el periodista Domingo Mérida, pasó a llamarse Jerez Perchet, que es hoy una calle principal de Ciudad Jardín. Así que la vía volvió al redil y recuperó el nombre tradicional: Dos Aceras.

Como curiosidad, a finales del XVIII concluía en la solitaria calle El Refino, porque a continuación sólo había sembrados, un molino de viento echado a perder, el cementerio y los tejares de El Ejido.

Los vaivenes nominales de la calle Dos Aceras no han impedido que sea una de las principales arterias del Centro Histórico -considerado en su versión más amplia- y que por tanto haya merecido en muchas ocasiones la atención del Ayuntamiento, 'fueraparte' de que tenga un respetable flujo de tráfico rodado.

Una de esas atenciones fue la sustitución de la calzada tradicional, con su capita de asfalto, por otra más lucida en forma de grandes adoquines, parecidos a los que lució la plaza de la Merced hasta no hace mucho.

Como saben, los adoquines son preciosos, relucientes y no ofrecen ese aspecto sucio y grasiento de una calzada porque, con más 'eficiencia' que un adoquinado, recoge y hace suyas todas las grasas, derrapes e inmundicias de los coches, bicis, patinetes y otras hierbas.

Pero en la plaza de la Merced también pudimos comprobar que los adoquines tienen una única pega: que no sirven. El paso constante de camiones, muchos de los cuales cargan y descargan en la acera, terminó haciendo mella en la superficie, que recordaba a la famosa ola del Melillero, versión Gerencia de Urbanismo.

Ante tanta marejadilla, nuestros técnicos próceres tuvieron que replegar velas y volver a asfaltar la calzada de la plaza. Admitido el error, en la calle Dos Aceras tienen una buena oportunidad de repetir tan sana experiencia, porque también aquí los adoquines conforman una viña sin amo y cada uno se coloca como quiere. Los hay alineados, pero la mayoría parece asomarse por encima de la calzada para otear bien los bajos de los coches.

Ya lo están empezando a notar los neumáticos, que bajan por un (cuasi) camino de cabras y todo apunta a que se está formando otra ola melillense. Que Urbanismo vaya preparando la chequera. Pronto tocará enmendar un nuevo error.