Me lo contó un alcalde de Málaga. No viene al caso el nombre. Ni siquiera si está entre los fallecidos o entre los que viven para contarlo. Lo que me contó, y me lo corroboraron otros máximos responsables de organismos públicos, clubes, asociaciones... es que siempre se plantea la necesidad de aumentar la plantilla de cada negociado, servicio, sección, departamento... con un empleado más.

La petición parte siempre de uno de los jefes o responsables de los negociados, departamentos o secciones. Para el funcionamiento óptimo, aseguran, «necesito un empleado más».

Cuando el alcalde o jefe, tras oír al peticionario que de forma prolija explica el porqué de la necesidad de emplear una persona más, la atiende y se cubre esa plaza muy necesaria, al poco tiempo, esa perentoria necesidad se repite. Necesitan, reclaman o exigen, un nuevo empleado para que el servicio funcione sin fallos. Y si se cubre esa plaza, meses después se reitera la petición. Y así sucesivamente: siempre falta uno más.

Sin entrar en detalles, ese mismo alcalde y otro responsable de una delegación ministerial, me decían que eso era el cuento de nunca acabar.

Normalmente, el recién empleado, cuando lleva algún tiempo desempeñando el puesto que teóricamente tenía que cubrir para el buen funcionamiento de todo el tinglado administrativo, se contagia de la abulia de los veteranos y se considera con el derecho de pedir otro empleado para él poder disfrutar de las prebendas que da la veteranía.

Descendiendo varios peldaños hasta llegar al nivel más bajo, un funcionario me comentó, al conocer el dicho «de siempre falta uno más», que en su delegación había tres subalternos, conserjes, ujieres, bedeles o la denominación que fuera. A las 8 de la mañana, los tres servidores, ocupaban los puestos de trabajo asignados, y empezaba la jornada hasta las 3 de la tarde, como está mandado.

Pues bien, los tres se quejaban casi a diario porque la limpiadora de turno no llenaba los botijos de agua, uno por mesa. Y se quejaban con una frase que si no literal sí es parecida: «Es que la gente cada día trabaja menos». Al parecer, la limpiadora tenía la «obligación» de rellenar los botijos. Ellos no.

Ahora hay servidores de agua que la empresa abastecedora, a través de sus empleados, colocan la botella de agua mineral con o sin gas. Ya no demandarán de los jefes el imprescindible aguador.

La excusa

A lo largo de los años he comprobado que la necesidad de un empleado más está generalizada. Es un fenómeno que se repite en todos los órdenes de la vida diaria.

Uno de los ejemplos de esa necesidad se ha extendido al mundo de la política. El Parlamento, tanto en la cámara alta como la baja, de vez en cuando algún miembro presenta una moción para que el número de congresistas o senadores se amplíe.

A algunos grupos les parece que la representación del pueblo debe ser más numerosa... y así conseguir el partido o grupo autor de la moción colocar algún miembro más.

En los parlamentos de las autonomías sucede otro tanto de lo mismo: hay que aumentar el número de diputados porque hay que colocar más gente que premiar por su entrega al partido.

En los consejos de administración de las grandes empresas sucede lo mismo: hacen falta más miembros.

Cada vez -cada cuatro años- que el Gobierno de España cambia aunque gobierne el mismo partido porque consigue en las urnas la reelección, por fas o por nefas (un adverbio que ya no se usa) la composición del gabinete incluye una cartera más. ¡También en los ministerios cada cuatro años se necesitan un ministro más! O dos.

En cualquier actividad humana siempre falta uno más: en los restaurantes, un camarero más; en las cocinas de esos establecimientos, un pinche o ayudante más; en los hoteles, en cada planta, una camarera de piso más; en los aeropuertos, una ventanilla más para evitar las colas; en los aviones, una azafata más; en los supermercados, una cajera más; en la recogida de frutos en los campos, uno más; en los equipos de fútbol, un jugador más; en el equipo arbitral, que antes se componía de tres, ya va por cinco y hasta seis; en los recogedores de pelotas de tenis, más... y más y más hasta que lleguemos a la saturación y se dé el caso, que creo fue real, que se dio en determinada delegación ministerial en Málaga.

La enfermedad

Se puso enfermo uno de los funcionarios. Lo que en principio se pensó que era una indisposición pasajera y que en tres o cuatro días se resolvería satisfactoriamente, se prolongó más tiempo. Tres o cuatro compañeros fueron personalmente a interesarse por su estado de salud, visita que agradeció conmovido por el gesto de sus compañeros.

Uno de ellos, sin embargo, le informó del porqué de la visita, aparte interesarse por su salud y pronta recuperación: «Llevas -le dijo- tres semanas sin ir a la oficina. Tu falta no se ha notado. Todo marcha como siempre. ¿Quieres decirnos qué trabajo desempeñabas?».

La empresa privada no tiene problemas con un empleado más porque su política es totalmente opuesta: no falta uno más; por fas o por nefas, sobran tres. Y los despide.