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Gastronomía

Lola Blanco o cómo ser la primera mujer espetera

Esta práctica se remonta a finales del siglo XIX, cuando El Palo era un pueblo de pescadores en pleno desarollo socioeconómico. En 1882, Miguel Martínez Soler abre un bar llamado La Gran Parada donde se comenzó a espetar. El rey Alfonso XII, según cuentan los historiadores, atacó el plato en su visita a Málaga

Lola Blanco o cómo ser la primera mujer espeteraM. L.

La Costa del Sol destaca por su buen clima, sus playas, su gente y por sus espetos. No hay nadie, malagueño o no, que se resista a este manjar. La profesión de espetero, tan extendida a lo largo del litoral, tiene aún mucho recorrido y con rostros femeninos dispuestos a tomar el relevo de una actividad tradicionalmente masculina. Es el caso de Lola Blanco, espetera en el chiringuito La Malagueta.

No hay muchas mujeres como Lola, o mejor dicho ninguna: delgada, bajita y con el pelo azul. Detrás de su apariencia inofensiva se esconde una mujer de armas tomar, decidida, valiente y perseverante, que demuestra a todos su valía en la profesión. No se conoce en Málaga otra mujer que se enfrente a una espetera.

Rodeada de naturaleza y playa, Lola acude desde hace un año a trabajar al chiringuito. Esta extremeña llegó a Málaga en 2010, y ahí fue cuando descubrió los espetos. «Me llamó mucho la atención porque no lo había visto nunca». Hizo el curso de Amfremar hace dos años, para después incorporarse al mercado laboral como espetera. «Yo no tenía muchas esperanzas o expectativas de dedicarme a ello realmente».

Le llamó la atención que no había ninguna mujer en los cursos. Ella fue la única en esos dos años. «Me gustaba el curso y el ambiente», cuenta Lola. No fue hasta los siete u ocho años cuando comenzó a trabajar. «En un primer momento había gente que veía a una mujer y les llamaba la atención, les chocaba un poco», recuerda la espetera.

En un principio, pensaba que le iba a resultar más complicado en lo que consideraba «un mundo de hombres». Sin embargo, Lola se siente respetada por todos los compañeros de profesión. «Yo me he sentido muy apoyada por ellos», no solo otros espeteros, sino por los camareros y la gente, que reconoce que se sorprenden cuando la ven, sobre todo los malagueños. «Los malagueños vienen y se quedan un poco parados».

Le guarda especial cariño a Tío Pepe, un espetero de 72 años que se ha pasado toda la vida ejerciendo el oficio. «Yo solo quiero hacerlo bien para que él se sienta orgulloso de mi y para yo sentirme satisfecha y capaz de hacer lo que tanta gente pensó que no iba a ser capaz de hacer», comenta con una sonrisa al recordar a su amigo.

Su día a día consiste en levantar peso, estar todo el día sudando y frente al fuego, y atendiendo a los clientes. Cuando finaliza su turno, su amigo Miguel le presta una hamaca donde descansa hasta que comienza de nuevo a las ocho. «Esto es un trabajo duro que no es fácil de soportar», aunque se siente encantada con él. «Hay que tener un poco de coraje, un poquito de arrojo y de paciencia y, sobre todo, que te guste». Esas son las claves que Lola cree que hay que tener para trabajar como espetero.

Para ella, es un reto consigo misma, ya que se define como una persona cabezona, por lo que no se rinde. Una prueba de ello es que este año ha formado parte del profesorado en el curso, que ha contado con cuatro participantes femeninas, con las que está encantada. «Para mi ha sido como cerrar un círculo». Para ella ha sido una experiencia gratificante, que recuerda con cariño y por ello luce con orgullo la camiseta con las huellas de los alumnos.

Aunque solo lleva un año en el chiringuito, su forma de ser tan jovial y su profesionalidad han calado en los clientes habituales. Mientras Lola prepara los espetos, escucha como banda sonora la buenas palabras de los que la conocen: «¡Eres la mejor espetera de toda Málaga!», le grita un amigo mientras ella cocina. «Es muy satisfactorio cuando la gente se acerca a felicitarte por el buen trabajo que has hecho».

Comenta que no tiene ningún truco cuando cocina, solo dejar el tiempo suficiente para que el producto se haga, ignorando las prisas y el tiempo. «Sabes que tienes que dejar el tiempo justo porque si lo sacas antes se queda crudo y si lo dejas, se quema». Recomienda no perder los nervios y tener «mucho temple» en las horas punta, cuando todos los clientes piden a la vez. A Lola no hay nada que le disguste de su trabajo, sobre todo por el resultado. «Si el resultado es bueno, me gusta todo», incluso limpiar el pescado.

Aunque reconoce que hasta que no llegó a la Costa del Sol no le gustaba el pescado, ahora está encantada con las sardinas. «No es lo mismo comer pescado en Extremadura que aquí».

En invierno o en verano, Lola Blanco pasará los días rodeada de sus plantas y de la playa en su rincón, durante muchos años más.

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