De acuerdo, comparar a los políticos de la Transición con los actuales es para echarse a llorar y el cambio climático quizás transforme en un siglo nuestra primera línea de playa en la Albufera de Valencia.

Pero hay cuestiones que levantan el ánimo. Sin ir más lejos, y como ya informó La Opinión, la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico, ese órgano de la Junta de Andalucía compuesto por políticos, técnicos y personas de reconocido prestigio en el mundo del Patrimonio, acaba de autorizar la retirada del mosaico del artista y gamberro Invader del Palacio del Obispo.

Como saben, el mosaico, muy poco original pues se inspira en el icono de los móviles de la mujer vestida de flamenca, había sido instalado por este artista anónimo sin permiso en este palacio del siglo XVIII, catalogado como Bien de Interés Cultural.

El gestor cultural Fernando Francés aventuró que lo mismo el mosaico tenía más valor que el viejo palacio. Y lo mismo podría tener razón, porque una cosa es el valor artístico de un objeto y otro bien distinto, el que puede alcanzar en el mundillo de los pelotazos artísticos, que en ocasiones da Damian Hirst por liebre.

La otra noticia es un premio al tesón y la sensibilidad por la arquitectura moderna de un grupo de vecinos que se opuso a la desconcertante decisión de la comunidad de propietarios de un bloque de La Malagueta de cepillarse lo más valioso de la propiedad: el portal diseñado por el prestigioso arquitecto madrileño Antonio Lamela, que se encuentra en un bloque de su autoría en el número 23 del paseo marítimo Ciudad de Melilla.

La comisión acaba de incluir el portal en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.

La decisión mayoritaria de la comunidad de derribar esta obra de arte, intuye el firmante, bebía del desconocimiento generalizado de sus valores artísticos, quizás porque era el sitio que los vecinos pisaban a diario y carecían de la distancia suficiente como para apreciarlo. La paradoja era que echarlo abajo y hacer un portal nuevo salía cuatro veces más caro que restaurarlo, como calculó el hijo de Antonio Lamela, el también arquitecto Carlos Lamela.

La reivindicación de este grupo de vecinos, con Marina Benavides a la cabeza, se vio respaldada por una catarata de entidades académicas, educativas, fundaciones y profesionales que se unieron para evitar este atentado al Patrimonio.

Detrás de esta acción cívica late la necesidad de que el Ayuntamiento de Málaga se ponga de una vez las pilas y actualice su escuálido y sonrojante catálogo de edificios protegidos, que incluye con cuentagotas obras de la segunda mitad del siglo XX. El Patrimonio de esta ciudad no acaba con Guerrero Strachan, meter este concepto en la mollera de nuestros políticos es una hercúlea tarea, pero ya hay esperanzadores ejemplos como la protección a este portal de La Malagueta. Felicidades.