Todo comenzó con unas pinceladas que, al final, terminarían conformando un gran cuadro con el paisaje de su infancia y adolescencia. Cuenta José María Faz Gómez (Málaga, 1942), que un buen día en Facebook «se me ocurrió escribir dos o tres páginas diciendo que me gustaba mucho el cine en Málaga cuando era pequeño».

Para su sorpresa, esos recuerdos gustaron muchísimo y pronto le empujaron a seguir publicando retazos de sus años en Málaga, la ciudad que dejó con solo 17 años, en 1959, cuando a su padre, que trabajaba en Banesto, le destinaron a Albacete.

José María, que en 1984 marchó a vivir a Cartagena, la tierra de sus padres, donde todavía reside, siguió con esas entregas de la Málaga de ayer, la de los años 40 y 50, en su página de Facebook y al final, animado por sus lectores, se planteó reunir todos esos escritos en un libro. Eso sí, una vez se planteó hacerlo realidad explica: «No publiqué los cinco o seis últimos capítulos, los corté por la idea del marketing», ríe.

El pasado viernes, en la Sociedad Económica de Amigos del País, José María Faz presentó sus memorias 'Mi Málaga en blanco y negro', de ediciones del Genal. Le acompañaron Pilar Guerrero, socia fundadora de Proteo y una de las personas que aparecen en el libro así como su sobrina, la profesora de Literatura Española de la UMA Amparo Quíles Faz.

«La gente me pregunta que cómo te acuerdas de cosas de hace 60 años, y les respondo que me acuerdo del momento, no de la hora ni de lo que mi madre me dio entonces de comer, todo eso son licencias de escritor para que la narración sea novelada, algo que a la gente le gusta», detalla de este personalísimo viaje al pasado.

Entre otras cosas, en el libro cuenta su nacimiento «por accidente» en Málaga, pues su familia vivía en Vélez, «pero yo era ochomesino y en 1942, presentársele a una mujer un parto como el que se le presentó a mi madre era un poco complicado, así que se tuvieron que venir a Málaga en taxi y nací en el Sanatorio Gálvez».

Finalmente, a su padre lo destinaron a la capital y se fueron a vivir, durante unos tres años a la calle Sancha de Lara y más tarde a la calle Esparteros, la del inolvidable restaurante La Alegría.

En esta calle, que se estrecha y no dejaba pasar los coches, jugaba todo el día con sus amigos. El único tráfico, dos veces al día, el de un carro que transportaba un gran tonel de vino que tres hombres se encargaban de descargar para la taberna Viña P, por supuesto una taberna solo de hombres, «y mi madre me tenía prohibido entrar».

Estudió en los Maristas, y como un año coincidieron él y dos hermanos más, «mi padre, el pobre, tuvo que hacer horas extraordinarias». El colegio de la calle Victoria lo recuerda «con mucho cariño y siempre que vengo a Málaga paso por allí, fue un sitio entrañable del que me acordaré toda la vida». En las memorias aparecen actividades del colegio en los años 40 y 50 como las carreras de cintas, sus pinitos en el teatro o las excursiones a Ronda o a Nerja en destartalados autobuses de la época. «Se tardaban tres horas en llegar a Ronda pero lo pasábamos muy bien».

El blanco y negro de Málaga

El título de este libro de recuerdos, 'Mi Málaga en blanco y negro', hace referencia a que José María Faz veía esa Málaga de los años 50 «como en blanco y negro, porque se veía mucha pobreza, gente mal vestida... se veían las clases sociales y no había clase media. Podías ver la clase alta y la baja, porque pasabas por el Círculo Mercantil y allí estaban los señoritos limpiándose los zapatos, y luego veías a los pedigüeños».

De esa Málaga de marcadas clases sociales guarda también el recuerdo de un limpiabotas que se encargaba de limpiar los zapatos a toda la familia. «Yo tendría unos 7 u 8 años y el limpiabotas, unos 40. Se sentaba en el rellano de la escalera con todos los zapatos, me ponía a hablar con él y cuando terminaba, mi madre le sacaba un bocadillo. Yo, al ver cómo ese hombre se comía el bocadillo, no comprendía cómo podía ser que pasase tanta hambre, por eso se me quedó marcado», subraya.

Los repartos, de corrillo

Una parte muy importante de estos recuerdos de infancia y adolescencia se los lleva el cine y por descontado, los cines de Málaga. La afición le viene al escritor desde niño, cuando con su hermano Antonio, con quien se lleva dos años y medio, examinaba la cartelera con ilusión, «y si las películas eran aptas, íbamos los dos».

Ahí empezó a gustarle el cine, por eso no tardó en pedirle a los reyes un proyector Nic, precursor del Cinexin, «con películas de papel grasiento» y empezó a coleccionar cromos de los artistas que salían en las revistas de cine.

En cuanto a los repartos de las películas, destaca que «a lo mejor no me sabía los logaritmos o dónde nació Leonardo da Vinci, pero los repartos me los sabía de pe a pa».

De esa Málaga de la gran pantalla se queda con los cines de estreno («el Goya, el Echegaray y el Albéniz») y en particular con el Goya, «que era el que más me gustaba».

También recuerda con agrado el cine Alkázar, «donde hoy está Zara, en Liborio García». Por aquella época recuerda que se podían pagar 2 pesetas en los mejores cines y los de barrio, como el Plus Ultra, en el Llano de Doña Trinidad, una. Este último, por cierto, lo consideraba «el peor de Málaga», no sólo por la calidad de las películas, sino porque abundaban entre el público amigos del morapio y personas de mal vivir.

Aquellos veranos

También aparecen los veranos en este libro, primero en una casita en el Camino de Antequera y más tarde en Pedregalejo, en la avenida Juan Sebastián Elcano número 30, «porque de pequeño estuve enfermo prácticamente todos los años ya que tenía algo en los pulmones y el médico aconsejó a mi familia que se comprara algo en la playa».

«Tenía la suerte de tener el Pedregalejo Cinema, un cine de verano, con lo que tenía mis sesiones aseguradas», añade con una sonrisa.

Eran veranos en los que él y sus hermanos acompañaban a su padre a pescar y en los que todos los domingos «íbamos al merendero de El Lirio a tomar paella de marisco... y ahí tomaba un poquito de cerveza».

Para ir a Pedregalejo muchas veces tomaba el tranvía en la Acera de la Marina «y me encaramaba a la jardinera, que me gustaba más que el propio tranvía», cuenta.

Con 'Mi Málaga en blanco y negro', el escritor reconoce que en parte cumple con su frustrada vocación de periodista. Este afable malagueño cree que sus memorias le encantarán «a todos los que hayan vivido aquellos años, porque en muchos capítulos va a parecer que ellos mismos lo están protagonizando». La Málaga de ayer revive gracias a José María Faz.