No hace mucho, al renovar una póliza de seguros, tuve que firmar el documento que acredita el compromiso adquirido entre el asegurador y el asegurado, en este caso, el autor de estas líneas.

En el documento, con la relación de los sucesos y siniestros que la compañía contrata, figuraba una palabra que identificaba al asegurado. La palabra elegida, y que se repite en otros documentos que no tienen relación con los seguros, es 'tomador'. Exactamente El Tomador. El significado no ofrece duda alguna: el tomador es la persona o entidad que toma el seguro.

Pero hete aquí, que el vocablo elegido lo define de forma nítida el diccionario de la Real Academia Española de Lengua; en el argot malagueño tiene un significado totalmente opuesto, incluso ofensivo para el que firma el documento o póliza. El tomador -o tomaó en malagueño- es sinónimo de ladronzuelo, estafador, chorizo, vamos.

Estuve en un tris de decirle al agente de seguros que yo no era un tomador, sino una persona decente.

Rechazando lo del tomador, que suena fatal, existen otras denominaciones que cumplen el mismo fin o casi, como el interesado, el cliente, el firmante, el enterado, el solicitante, el infrascrito y no agrego interfecto porque ya es otra cosa.

Como contrapartida a lo del tomador y sus similitudes, y también para subrayar con la firma otros documentos, hay un término que reconforta y premia la personalidad del firmante. En operaciones bancarias y en los giros postales se utiliza una palabra altisonante y que enorgullece al que firma: El Imponente. Y cuando abandono la entidad bancaria me siento eufórico, ufano, importante y formidable. Mola dabuten.

En blanco

En blanco, en el habla académico, es parte de una locución que figura en el diccionario de la RAE. La expresión completa es 'Quedarse en blanco', o sea, no enterarse de nada en un coloquio, asistiendo a una conferencia, leyendo un libro, oyendo a un político o a una torpe explicación, algo así le sucedió a una ministro del Gobierno de España después de una entrevista en el Vaticano, que no se enteró de nada, que «se quedó en blanco».

En Málaga, aparte de quedarse en blanco en una conferencia a cargo de un sabio sobre la inteligencia artificial basada en la cibernética en el medio interestelar, el 'en blanco' es un singular plato de la gastronomía malagueña.

En otras provincias y regiones española el mismo plato o parecido se conoce como sopa de pescado o sopa de mariscos. La receta del 'en blanco' malagueño es tan simple como reconfortante su consumo.

Es una vianda que se recomienda cuando el individuo o individua está estragado por haber bebido y comido en exceso la noche antes. El remedio casero es comer a mediodía un en blanco.

La receta del en blanco de Málaga, con variantes según la persona (hombre o mujer que la elabore), es: En una olla se vierte agua que se pone a hervir con los ingredientes: cascos de patatas, un casco de cebolla, un pimiento verde, tomate crudo y sal. Cuando esté todo cocido se agrega merluza o rosada y un chorreón de aceite, de oliva naturalmente. Al servirlo, a gusto de consumidor, unas gotas de limón.

Y se queda uno como nuevo hasta el próximo exceso gastronómico o alcohólico.

Un majao y el majaíllo

Ya que estamos en el vocabulario malagueño hay un palabra de nuestra tierra que tiene dos vertientes, la normal y el diminutivo. Las dos se derivan del verbo majar, que significa machacar. En nuestra tierra, majao tiene un sentido; en diminutivo, majaíllo, otro significo o uso.

Majao forma parte de una expresión que se utiliza con frecuencia en el lenguaje diario tanto en personas de buena formación como en la clase humilde y del campo. La expresión completa es: «Eso tiene un majao».

Con ello se da a entender que un asunto de cualquier índole no es fácil de resolver, que es complicado, que ofrece muchas interpretaciones... Para entendernos: tiene un majao la solución del problema del río Guadalmedina, tiene un majao ponerse de acuerdo por donde tienen que ir las procesiones de Semana Santa, tiene un majao la ordenación de los pisos turísticos y tiene un majao terminar de una vez las obras del metro y la peatonalización del centro de Málaga, por citar unos casos.

Lo del majaíllo tiene otra lectura porque según Juan Cepas en su libro 'Vocabulario Popular Malagueño', el majaíllo era «una especie de bebedizo que se le da a alguien para apartarlo de alguna querencia o vicio». También, según el mismo autor, el majaíllo es el «aditamento que se le hecha al gazpacho»- En el lenguaje popular, majaíllo es un majao de poca monta, que no llega a ser un majao de verdad, como la Feria de Málaga con sus dos escenarios.

El gazpacho no es andaluz

Hace un tiempo, releyendo una de las novelas de Salvador González Anaya, concretamente 'Los naranjos de la Mezquita', en el capítulo XLIX me tropecé con unas afirmaciones en boca de uno de los protagonistas de la historia que no recordaba. Voy a reproducir la parte que afecta a uno de los platos más celebrados de Andalucía: el gazpacho.

Dice un personaje: «Te advierto que el gazpacho no es una sopa andaluza como piensas. Se remonta a los orígenes del mundo. En el Libro de Rut, en la Biblia, se asegura que fue el gazpacho lo que espigadoras y los segadores comieron en la era del viejo Boz. En tiempos de Galatea, cuenta González Anaya, se preparaba «el ajo majado y el sérpol oloroso, la rústica comida preparada para los fatigados segadores rendidos por los rigores del sol».

Pese a lo que está en el libro de Rut, comentado por el novelista malagueño, el gazpacho se considera andaluz y durante muchísimos años fue la manducatoria de los hombres del campo que durante la siega pasaban horas y horas bajo un sol de justicia.

Un buen gazpacho y un botijo colgado a la sombra de una rama de un árbol permitía a los segadores seguir la faena hasta la caída del sol. Ahora, el gazpacho, entra en el mundo de la alta cocina bajo el cursi enunciado de 'delicatessen'.