En otoño de este año se cumplirán doce desde que la siempre inquieta Asociación Cultural Zegrí propuso abrir al público la olvidada coracha terrestre, el doble pasillo amurallado que une la Alcazaba con Gibralfaro.

La conexión de los dos monumentos permitiría una visita más cómoda a los turistas, que muchas veces se quedan sin conocer uno de las dos fortalezas, tan relacionadas entre sí, por falta de tiempo y energías.

Aunque hace doce años el entonces concejal de Cultura, Miguel Briones, dejó la puerta abierta a esta posibilidad, lo cierto es que la puerta parece haberse atascado un poco.

Si contemplamos cómo los turistas pasean por las almenas de Gibralfaro, gracias a la protección que les proporciona un murete y barandillas metálicas, seguro que habría soluciones técnicas para proteger al máximo el paseo por la coracha terrestre. Evitarían, por ejemplo, si han subido al castillo primero, el tener que volver a bajar por ese inseguro y pronunciado paseo que pasa por el desvencijado mirador de Gibralfaro -un balcón espléndido pero tan olvidado desde hace años por nuestros políticos-.

Además, daría pie, nunca mejor dicho, para poder conocer un lugar con mucha carga histórica pero muy poco conocido: la plataforma para cañones que, en mitad de la coracha terrestre, levantaron los soldados franceses durante la Guerra de Independencia, con el fin de cañonear la ciudad si las cosas se ponían feas para ellos. Por suerte, como recuerda la hoy tan injustamente criticada investigadora Elvira Roca, el imperio francés «duró cinco minutos», y los de Napoleón se marcharon sin ejecutar tan aviesas intenciones.

Pero como la propuesta de Zegrí duerme en algún recoveco de nuestra administración o, peor aún, sigue estudiándose en el limbo, el deterioro avanza gracias a nuestras huestes de mamíferos con dos dedos de frente.

Porque los turistas que ascienden por el paseo actual al castillo pueden admirar cómo el espray más gamberro florece en el exterior de este pasillo amurallado y al pie de algunas de las torres del castillo. Responden las pintadas, algunas de ellas de un tamaño considerable, al modelo más escueto de expresión vandálica -la firma del susodicho-, no se vaya a perder alguna neurona por el camino.

Lo preocupante es que, junto a estas pintadas exteriores, que ya transmiten a los turistas un mensaje poco tranquilizador, comienzan a florecer las pintadas interiores; es decir, que los bípedos del aerosol trepan las murallas y empiezan a pintarrajear la coracha terrestre en su parte interna.

Puede verse a la perfección desde el castillo de Gibralfaro y además, la parte pintarrajeada se encuentra en la zona más próxima a la plataforma de los cañones napoleónicos.

Llenar de vida este pasillo quizás supondría disminuir el número de estas gamberradas pictóricas. Feliz entrada de año.