Antonio Banderas, acompañado de Melanie Griffith, vio a la Virgen de Gracia entrar por la calle Larios. «¡Qué bonita viene! Gloria, ¿tú te atreverías a cantarle una saeta?». Y la artista malagueña, que en realidad había sido invitada por el actor a la terraza del Hotel Larios para cantarle al Cautivo, improvisó estas letras cantadas a viva voz, sin micrófono: Detén el paso un momento/ cerquita de la tribuna./ Páramela capataz. A la Virgen de Gracia bendita/ mi saeta quiero dedicar/.

Como explica Gloria González Jiménez (Málaga, 1949), más conocida como Gloria de Málaga, el amor por la copla le viene de su padre, pero en el amor por el flamenco y la composición salió a su abuelo Juan Jiménez Soler, «que tenía un puesto de pescado en la Pescadería antes de la guerra».

Su abuelo fue autor de unos tangos del Piyayo cuya letra dice: «Ya se ha formao el alboroto en Pescadería, mare/ ya se ha formao el alboroto./ Pescaíllas a dos reales las vende Juanillo el Loco».

Nacida en calle Cuartelejo, en El Perchel, sus padres, Juan y Pilar, se conocieron trabajando en La Industria Malagueña, en Huelin. Ella es la mayor de tres hermanas y, como recuerda, estudió en su barrio en el Colegio Sagrado Corazón de María, «que se conocía como el de la señorita Paqui». Allí estudió también bachillerato, aunque los exámenes los hacía en el Gaona. De hecho, todavía recuerda con nerviosismo los exámenes de Dibujo con un profesor 'hueso'.

Con unos antecedentes familiares tan artísticos, esta cercana y afable malagueña recuerda que desde muy niña le encantaba cantar. «Mi madre me llevaba a la modista y me pedía que cantara. Decía que tenía muy buen oído».

Lo pudo demostrar, sólo con 5 años, en su primera actuación ante los micrófonos de Radio Nacional de España en Málaga, en un concurso patrocinado por Roberto Prados. «Cuando las niñas terminábamos de cantar nos daban una cocinita, y un día, una pepona de cartón que me empeñé en llevarla a bautizar a la iglesia del Carmen», cuenta con una sonrisa.

Dos años más tarde, con siete, ya estaba ligada al programa 'Fiesta en la radio' y por entonces recibía clase de dicción y canto por parte de la profesora Enriqueta Vázquez. «La dábamos en El Pimpi, que antes era una sala de fiestas», recuerda.

Por entonces, hasta los responsables de la radio contactaron con sus padres porque la niña, que entonces llevaba el nombre artístico de Gloria Sandra, no dejaba de ganar el concurso que se celebraba todos los meses y por el que la familia recibía un premio de 300 pesetas. «Me dijeron que participara un mes y al siguiente fuera de artista invitada». En una ocasión, gracias a un premio de 800 pesetas, su madre le pudo comprar, además de un reloj, un traje de gitana. «Hasta entonces, cuando iba a cantar, y tendría 12 o 13 años, la madre de La Repompa me prestaba el traje de su hija».

En esos años de niñez y adolescencia, Gloria recuerda que actuaba en el Liceo de Málaga, en pueblos de la provincia o en una peña de calle Larios. También coincidía con Pepa Flores, Marisol. «Antes de ser famosa iba a la radio. Era muy graciosa y dicharachera y cantaba y bailaba muy bien», resalta.

El destino quiso que sustituyera a una artista enferma en Coros y Danzas, a los que no pertenecía, y que marchara a Suiza para actuar ante los emigrantes españoles. Allí a miles de kilómetros de España, conoció a su futuro marido, Pedro Muñoz, natural de Campanillas. «Lo lejos que tuvimos que ir para conocerlo», ríe.

Lo que empezó, una vez de vuelta a Málaga, como un intercambio de cartas entre los jóvenes derivó en noviazgo y, finalmente, en boda. Con solo 18 años, Gloria de Málaga contrajo matrimonio con Pedro Muñoz en la iglesia del Carmen del Perchel, la misma donde fue bautizada.

«Mi madre me decía que para qué me iba a casar tan joven y yo le decía que era una persona muy buena», recuerda. Aunque fue duro para ella, Gloria marchó a Suiza para acompañar a su marido, que trabajaba en Basilea en la farmacéutica Sandoz. Su marido le encontró trabajo en una lavandería ligada a varias empresas farmacéuticas y fue allí donde la malagueña aprendió italiano, con la ayuda de una compañera de Campanillas, que llevaba varios años en Suiza.

En 1973 la pareja regresó a Málaga para tener a su hija, Susana (luego llegaría el segundo hijo, Juan José). La perchelera recuerda cómo, mientras veía en televisión una actuación de Raffaella Carrá, le entró la morriña por sus tiempos de artista. «Mi vida ha sido esa y yo estoy como un pájaro en una jaula», le dijo a su marido, así que, con el respaldo de él, la cantante volvió a los escenarios, esta vez de forma profesional, con representante y un nombre artístico, Gloria de Málaga. Entre los representantes que tuvo, Antonio Rodríguez, de Espectáculos Mundo y en Madrid, Jesús Sánchez Madero, el padre de Alejandro Sanz.

En esos años, empezó a participar en concursos de flamenco, donde «rompía» por su conexión con el público, en unos tiempos de predominio del cante jondo. «La gente me pedía mucho las colombianas y otros cantes de ida y vuelta y si cantaba rondeñas, lo hacía como antiguamente, con castañuelas».

Y a la hora de cantar malagueñas -y conocía los 32 estilos- siempre trataba de cantar un estilo distinto al del cantaor anterior.

El flamenco, la copla y las saetas le abrieron muchas puertas. Así, durante 15 años estuvo trabajando fuera de España, cantando para los andaluces en Ginebra. También ha actuado en Perú, México y en la capital austriaca.

Saetas en el Palacio de Liria

Como curiosidad, en dos ocasiones actuó en el Palacio de Liria, la segunda vez, en el cumpleaños de Cayetano Martínez de Irujo, que le pidió saetas al Cristo de los Gitanos de Sevilla, del que era costalero.

Las saetas, por cierto, han sido su gran tarjeta de presentación, todas compuestas por ella y como destaca, con un estilo propio y reconocible, una «impronta» como la de saeteros de renombre como Antonio de Canillas. De hecho, en su haber tiene, entre la treintena de premios que ha recibido a lo largo de su carrera, dos premios nacionales de saetas, además de uno nacional de coplas.

Las raíces saeteras de Gloria de Málaga también se encuentran en la niñez. «Yo tendría cinco o seis añitos y mi padre me llevó a cuestas a ver el Chiquito de la Misericordia por calle Ancha, y le canté un villancico por saetas, mi madre se hartaba de reír».

En ese Perchel lleno de cofradías, a hombros de su padre, «un forofo de la saeta», iba a escuchar como las cantaban artistas como María La Faraona, Pepe de La Isla o Antonio de Canillas.

«Cantas a una imagen que representa lo que yo siento, porque soy muy creyente», confiesa la cantante, que señala que prefiere las saetas sin micrófono para que no se distorsione la voz. «He cantado a todas las cofradías de Málaga y a las del Viernes Santo, como no se cantan saetas, plegarias», subraya.

En su haber tiene además el haber participado 14 años en el Rastrillo de Nuevo Futuro de Madrid, condecoraciones y, sobre todo, el cariño de su público y de innumerables colectivos de Málaga, que le agradecen su generosidad. Lo demuestra todavía, a los 70, porque, jubilada tras la muerte de su marido en 2014 -su gran apoyo-, sigue dispuesta a colaborar en todo acto benéfico al que le invitan.

Gloria de Málaga, una artista con arte y gran corazón.