Aunque muchos tengan la impresión de vivir tiempos excepcionales, una mirada al pasado evidencia que la excepción en Málaga, en los últimos siglos, ha sido pasar las últimos siete décadas sin una epidemia de consideración.

Para epidemia seria, la del siglo XIV de peste que acabó con un tercio de la población europea. El famoso cronista de Málaga Narciso Díaz de Escovar evoca en su libro 'Las epidemias de Málaga' cómo en 1349 la peste negra asoló la Málaga musulmana y «los apestados morían en las calles, muchos llegaban pidiendo socorro a las puertas de las mezquitas y sucumbían sin auxilio».

También entre 1493 y 1494 regresó la peste, que según cuenta Cristóbal Medina Conde «causó muchas muertes y despoblación de la ciudad».

Francisco Guillén Robles recuerda en una de sus obras la epidemia de moquillo o 'peste primera' de 1522, cuyo última manifestación vital era un estornudo. Y ya en 1580, al parecer unas galeras procedentes de Portugal trajeron la contagiosa 'peste del catarro', que causaba 80 muertes diarias, hasta el punto de que murieron muchos sacerdotes que administraban la comunión a los enfermos y se cerraron todas las iglesias, salvo la Catedral.

Dos años más tarde, las ropas infectadas provenientes de unos barcos extranjeros desembarcaron en la ciudad la peste del 'carbunclo', que sesgó la vida de miles de malagueños, sobre todo de la zona de El Perchel, la Alcazaba y la Victoria.

El paso del siglo XVI al XVII no fue ninguna celebración: Llegó acompañado por cinco años de peste en dos tandas, hasta el punto de que la escasez de habitantes obligó a repoblar la ciudad con nuevas familias.

Las epidemias dieron una tregua durante el Siglo de Oro hasta 1637, año de una de las pestes más mortíferas y famosas. La trajo a Málaga un buque extranjero procedente de la ciudad italiana de Livorno. El contagio obligó a convertir la calle de la Victoria en un inmenso hospital y a albergar en otro, en El Molinillo, a unas 800 enfermos. Más tarde, un tercer hospital en La Trinidad, asomado al Guadalmedina, acogió a unos mil enfermos. Las ropas de los apestados se quemaban a diario en las playas de San Andrés.

Como recuerda Federico Fernández Basurte en un trabajo para 'Isla de Arriarán', este tipo de epidemias se consideraba un castigo divino, de ahí que entre las primeras medidas de las autoridades estuvieran el «sacar procesiones a la calle, erigir altares y elegir protectores, es decir, designar santos que mejor puedan interceder por la ciudad en tal ocasión». Entre los muchos santos elegidos, los patronos, San Ciriaco y Santa Paula.

Los historiadores discrepan con las cifras de víctimas. Según los diputados del cabildo fueron unos 30.000, cuenta Isabel Rodríguez Alemán en 'Jábega'.

El Ejido se convirtió en un gran cementerio, cuyos restos con cal reaparecieron con las obras de las escuelas universitarias el siglo pasado. En la plaza del Patrocinio, trasladada del Ejido, una cruz y una inscripción todavía recuerdan a cerca de 1.300 fallecidos por esta epidemia.

Poco tiempo duraría la tregua hasta la epidemia siguiente. En 1649, y pese a que la ciudad se blinda -igual que un año antes, por la presencia de un brote cercano- la peste bubónica entra en la ciudad. La ropa de los infectados se quema en el campo, se limpia Málaga de animales muertos, se barren y riegan calles y se quema romero y enebro para purificar el aire.

Las rogativas y procesiones se suceden, una de ellas, la de un Cristo a hombros de mayordomos de la Virgen de la Esperanza, momento a partir del cual los enfermos empiezan a curarse. Desde entonces se le conoce como el Cristo de la Salud. Fue la epidemia más mortífera, con cerca de 40.000 fallecidos.

En 1674, la epidemia 'de los catarros' acabó con 8.000 malagueños y cuatro años más tarde, a raíz de otra tripulación, se desató la peste y los enfermos fueron trasladados al Castillo de Santa Catalina, lejos de la ciudad; pero el dictamen de unos médicos que negaron la epidemia provocó que se extendiera. Más de 8.000 personas murieron, cifra parecida a la de cuatro años antes.

El siglo XVIII también fue pródigo en enfermedades contagiosas. En 1719 arribó la disentería procedente de soldados de la sitiada plaza de Ceuta. En el muelle, cerca del camino de la Caleta, se enterró a los fallecidos y más tarde se colocó una cruz en su memoria.

En 1738, 40 muertos al día fue la tarjeta de presentación de la peste 'de tabardillos' (tifus). El obispo mandó distribuir todas sus rentas, Felipe IV ordenó auxiliar Málaga con sus caudales y volvió a procesionarse el Cristo de la Salud.

Una escuadra francesa que volvía de la isla de La Martinica fue el foco de vómito negro o fiebre amarilla de 1741, que causó la muerte de unas 2.000 personas.

El tabardillo o tifus regresó en 1751 y causó gran mortandad en La Trinidad y El Perchel. El obispo ofreció sus carrozas para ser vendidas y conseguir dinero para auxiliar a los enfermos. Murieron unas 1.500 personas.

Y eso que el puerto funcionaba el barco de la salud, con un médico y un cirujano, para exigir la 'patente de sanidad' a todas las embarcaciones y cerciorarse de que no desembarcaba ningún enfermo.

Leve fue la epidemia de 1786, pero el XIX llegó con la fiebre amarilla tocando a la puerta: En 1803 apareció en El Perchel. Una de las medidas más llamativas fue disparar cañonazos para purificar la atmósfera. Fallecieron cerca de 7.000 personas. Un año más tarde volvió la fiebre amarilla y esta vez murieron 11.500 malagueños.

Otras epidemias del XIX fueron las de fiebre amarilla de 1813, una conocida como 'de la sospecha' en 1821 y especialmente la de cólera de 1833-34, que por vez primera llegó a España.

David Delange recuerda en un trabajo en 'Isla de Arriarán' que al llegar rumores de que la epidemia había entrado en Huelva, el gobernador acordonó la ciudad y vigiló pueblos a diez leguas de Huelva para impedir la entrada «sin una prudente observación de personas y efectos procedentes del reino de Sevilla». Pese a las precauciones, el cólera se extendería y morirían unas 2.600 personas. 1837 ('resfriados malignos') y 1855, 1860 y 1885, de nuevo con el cólera, recorrieron el siglo XIX.

En 1918-19 la pandemia de gripe 'española' (aunque parece que su origen fue EE.UU) dejó 50 millones de muertos en el mundo.

En Málaga, recuerda el académico de San Telmo Elías de Mateo en un trabajo reciente para la Academia, entró por medio de la tripulación de dos buques de guerra. Muchos sanitarios que trataban de combatir la enfermedad murieron. La segunda de tres oleadas de gripe dejó 1.500 fallecidos.

Queda, en este breve repaso, la peste de 1921 y el tifus de la posguerra: la epidemia de 1941-43. El coronavirus no es ninguna excepción sino una más de las epidemias que han pasado a lo largo de la historia.