Las historias, ya se sabe, empezaron de forma oral, se contaban a la tribu alrededor de una hoguera, cuando había acabado el trabajo de la jornada. Las fórmulas de repetición eran la clave para que los aedos griegos, los profesionales de las narraciones, pudieran extenderse durante miles y miles de versos.

El resto ya lo saben: bebían de las historias mitológicas que con el tiempo se transformaron en tesoros de la Humanidad como la Ilíada o la Odisea y a partir de ahí nació, como mínimo, la Literatura occidental.

Recordando estas historias, es inevitables no enternecerse ante la soledad de plaza de Uncibay esta misma semana. El grupo escultórico del Rapto de la Sabina, en primer plano, una de las leyendas más antiguas y tremebundas de la Historia de Roma, no tiene esta primavera accidentada tribu, aedo ni audiencia de malagueños o turistas que pueda rememorar la narración ni admirar la obra del escultor malagueño José Seguiri.

La del artista fue también una historia bastante épica, que ejemplifica la de vueltas, también artísticas, que puede dar la vida. Como contaba hace unos años al firmante, José Seguiri, que fue pintor antes que escultor, decidió dar un vuelco a su vida y quemar sus cuadros.

Y ahí estaba, literalmente con la fogata encendida, cuando una conocida galería de Madrid le propuso que expusiera sus esculturas. Así dio a conocer, en 1987, su segunda faceta como artista, sin duda la más famosa.

Tras la muestra de Madrid, un año más tarde expuso en el Colegio de Arquitectos de Málaga, y ahí fue donde contactó con el arquitecto malagueño José Fernández Oyarzábal, que estaba a punto de diseñar la nueva plaza de Uncibay, desprovista por fin de coches.

La integración del nuevo espacio peatonalizado con la vecina calle Granados lo realizó José Seguiri -conocen muchos malagueños- con un episodio mitológico esculpido en dos tiempos: en calle Granados realizó un grupo escultórico en una fuente cuyas aguas llegaban a Uncibay, en el que el cazador Acteón espía el baño de Diana y sus ninfas. Además, esta misma fuente, en la parte que mira a calle Beatas, exhibía las cabezas de los perros de caza de Acteón.

Para la plaza de Uncibay reservó el castigo de la diosa Diana: Acteón perseguido por sus perros. En el mito original, el cazador es transformado en ciervo y despedazado por sus propios animalitos, así que en el grupo escultórico, junto a la fuente que recoge las aguas de calle Granados, Acteón corre que se las pira, todavía sin cornamenta.

El tercer grupo escultórico, el rapto de una de las sabinas, guarda relación, no con la historia anterior sino con la fascinación del artista malagueño por la antigüedad grecorromana y en suma, por el mundo mediterráneo. Ojalá que pronto podamos admirar estas esculturas urbanas en vivo y sin miedo.