La solidaridad y el poder aportar su propio granito de arena ha sido el motor que ha movido a un grupo de profesores de tecnología del Colegio San Estanislao de Kostka, durante los últimos meses. Cuando, con el anuncio de la cancelación de las clases, decidieron llevarse a casa las impresoras 3D con las que contaba el centro, ninguno de ellos imaginó la gran labor que acabarían llevando a cabo con ellas.

«Me traje las impresoras a mi casa con la idea de seguir haciendo los trabajos que estaba desarrollando con los niños», relata José Alberto Peña. Entonces, este profesor de tecnología aún no conocía la utilidad que iba a acabar dando, finalmente, a las máquinas. Con el paso de los días y el aumento de casos de Covid-19, comenzó a agravarse la falta de materiales sanitarios y de protección. Las redes sociales se convirtieron en un hervidero de demandas: «Me llegó a través de un grupo de Telegram la falta de este tipo de material y la posibilidad de fabricarlos con impresoras 3D», explica Peña.

Lo que en principio comenzó como una pequeña producción de viseras, que José Alberto entregaba al mismo grupo que las demandaba, pronto se tornó en algo más grande. La dirección del colegio, así como familias y antiguos alumnos del centro, se hicieron eco de la iniciativa. De este modo, una empresa conformada por antiguos alumnos se puso en contacto con el director de San Estanislao para hacer un donativo.

Pepe Marín relata cómo, entonces, esta empresa les cedió media decena de impresoras 3D para que pudieran continuar con la fabricación de materiales de protección, y aumentar así su producción. Cada uno de los profesores del departamento de tecnología se hizo con una y comenzaron a contribuir en el desarrollo de esta solidaria labor. «Alberto nos iba contando todo lo que estaba haciendo, nos empezó a picar el gusanillo y nos ofrecimos a colaborar con la causa», relata Matilde Baraza.

No sin problemas. Las nuevas impresoras tenían una superficie menor, por lo que no era posible continuar fabricando viseras. Un obstáculo que les llevó a desarrollar clips con enganches de acetato, para introducirlos en las gorras de los agentes de Policía y Guardia Civil y lograr así una perfecta sujeción de las pantallas de protección facial.

«Mientras José Alberto seguía fabricando viseras nosotros llegamos a fabricar entre 500 y 600 clips», asegura Marín. A través de Jusapol -asociación formada por agentes del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil- se estableció un sistema de demanda y recogida. «Cada cierto tiempo venían a la casa a recogerlos y los repartían entre su colectivo», explica Antonio Bravo.

La última máquina, cedida tiempo después, poseía unas mayores dimensiones, lo que les permitió comenzar a fabricar viseras, «que era lo que más demandaban tanto la policía como los centros de salud». De este modo, este grupo de profesores comienzan a repartir las viseras que iban fabricando entre los agentes de Policía Nacional y Guardia Civil, centros de salud y residencias de mayores.

Salvaorejas

A su vez, comenzaron a desarrollar unas piezas en forma de tiras que, colocadas detrás de la cabeza o la nuca, sujetan las gomas de las mascarillas. De este modo, explican, estas tiras soportan la presión de los elásticos y evitan las molestias y el dolor que acarrea el uso de mascarillas durante largos periodos de tiempo. «Lo hicimos pensando sobre todo en el personal sanitario, que tienen que pasar muchísimas horas con ellas puesta», relata Marín.

Para poder llevar a cabo la fabricación de este tipo de material de protección, Antonio Bravo y su hermano, Juan Carlos Bravo -profesor en el Colegio San José- modificaron un prototipo de salvaoreja para poder fabricarlo en dos partes diferenciadas. «Elaboré un diseño para poder fabricar dos mitades, que salían más grandes y podían colocarse detrás de la nuca o más arriba», explica Juan Carlos. De este modo, las impresoras de menores dimensiones también pudieron comenzar a producir los salvaorejas, lo más demandado a día de hoy.

La petición de estos materiales comenzó entonces a llegar, de forma directa, a la dirección del colegio. De este modo, se fue coordinando tanto el número de elementos que se iban entregando como a quién se realizaba la entrega. Desde entonces, estos materiales se han repartido entre distintos hospitales de la provincia, como el Virgen de la Victoria o el Hospital Regional; centros de salud o farmacias del barrio. «En estas circunstancias, aunque estemos en casa, cualquier aportación creo que es buena», asevera Matilde Baraza.