Tras la guerra de la Independencia española, la debilidad del Estado era manifiesta y la inseguridad reinaba en los caminos de nuestra agreste geografía. Los bandoleros estaban por todas partes, eran los restos de las guerrillas que habían combatido contra el francés y también delincuentes de toda laya. Personajes como El Tempranillo, Juan Palomo o Luis Candelas entraron a formar parte del folclore nacional. Más tarde, en 1844, el 28 de marzo, se creó la Guardia Civil bajo la dependencia del Ministerio de la Gobernación. A los efectos de organizar esta nueva fuerza, se comisionó al mariscal de campo Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II Duque de Ahumada.

El militar propuso una organización basada en la calidad y suya es la cita de «servirán más y ofrecerán más garantías de orden cinco mil hombres buenos que quince mil, no malos, sino medianos que fueran». Pero aquella tarde del domingo 25 de mayo de 2020 también estaba hecha para la historia, eso sí, una historia de otra clase.

El día 13 se había celebrado el 176 aniversario del Cuerpo y solo once días después se desataron todos los vientos en la calle Guzmán el Bueno 110, sede central de la Benemérita. En la casa del ministro, éste montó en cólera erizándosele su siempre delicada barba cuando conoció una copia del informe que habían elaborado agentes del Instituto Armado en calidad de policía judicial sobre la famosa manifestación del 8-M. Y es que los papeles redactados por los hombres del coronel al mando de Madrid dejaban sin cabeza a dos importantes peones del tablero socialista. A uno, por no haber tenido en consideración las advertencias de organismos internacionales de salud que desaconsejaban la celebración de actos masivos, como aquella dichosa manifestación. Pero la investigación también recogía que quien tenía la responsabilidad delegada del gobierno en la capital había prohibido en las horas siguientes a la manifestación otras protestas por la posibilidad de expansión del virus. El ministro se mesó los pelos de la cara y dio rienda suelta a la ira que llevaba dentro. No sabía que había faltado a clase el día que se explicó aquello de la separación de poderes.

Los teléfonos sonaron toda la noche y el coronel responsable último del informe fue cesado, levantándose un temporal que provocó también una segunda y una tercera explosión, en forma de dimisión y cese, en la santabárbara del Cuerpo.

A María, la directora, que acababa de llegar al puesto desde Málaga, hubo que prepararle a toda prisa aquello de que el coronel no había arbitrado los mecanismos necesarios para informar al Gobierno del trabajo que habían entregado sus hombres a la juez del caso. Es decir que, cumpliendo la ley, no se había chivado al poder político.

En su casa, el cesado leía unas páginas de un filósofo que le llenaban de razones. Simon Critchley había escrito que para Sócrates, al que el poder le musitó que se suicidara, hay una conexión entre la democracia y el teatro que, conjuntamente, conducen a la tiranía, de ahí que, para Platón, los poetas trágicos tendrían que ser expulsados de la ciudad. En ocasiones como aquella, Diego se hacía otra reflexión y es que los tiranos de Shakespeare no dudan en dejar que el pueblo se muera de hambre y traman perversos complots y torturas. Algunas escenas resultaron particularmente violentas en aquella época y provocaron desmayos entre el público, como en el Rey Lear, cuando le sacan los ojos a uno de sus partidarios para que confiese el paradero del ex monarca.

La única que estaba tranquila aquella noche era la conciencia del coronel, todo lo demás estaba revuelto en Madrid. En el Paseo de la Castellana 5, sede del Ministerio, andaban preocupados por las olas provocadas por la decisión del ministro y alguien susurró aquello de Lippmann, que no podemos luchar contra las mentiras que dan razón a nuestras opiniones. No te preocupes, intentó tranquilizar al asesor otro asesor, la verdad también se inventa, en palabras de Machado. Y apuraron su whisky de malta bajo temperaturas demasiado altas para esta primavera en la capital. Julián del Casal, uno de los grandes de la literatura modernista en español, había escrito:

Tabernáculo abierto de doloresque ansía echar el mundo de su seno,como la nube al estruendoso truenoque la puebla de lóbregos rumores;plácenme tus sombríos corredorescon su ambiente impregnado del venenoque dilatan en su ámbito serenolos males de tus tristes moradores.