Si usted viene de fuera estos días a Málaga y se pide un combinado, un cubata de toda la vida de Dios, en cualquiera de nuestros maltrechos negocios hosteleros, seguramente le aconsejarían un Astoria con Coca-cola. ¿Es necesario beberse ahora esta copa? ¿Necesitamos los malagueños entablar un debate sobre el futuro de la parcela? ¿Debe hacerse una consulta ciudadana sobre el solar? ¿O, quizás, lo ideal es que hablen los técnicos de Cultura de Andalucía previa ejecución de los sondeos geoarqueológicos que ha aconsejado la UMA para ver si más allá de los 5,5 metros excavados hay algo más que ha de ser conservado o no? Todas esas preguntas, claro, atraviesan las mentes de muchos de nuestros políticos, pero en esta semana ha primado la táctica sobre la estrategia, el cortoplacismo a lo que necesitan ahora y ya los ciudadanos, la demagogia barata al bien común. Porque si bien es cierto que los malagueños están preocupados por qué va a suceder con el Astoria y, claro, se ha creado un movimiento ciudadano para pedir que la zona no acoja un nuevo edificio traslúcido y se cree un parque arqueológico que enseñe los restos cristianos, nazaríes y romanos hallados; no es menos cierto, por otro lado, que a lo s malagueños ahora, lo que les preocupa, es su futuro inmediato: esto es, conservar el puesto de trabajo, comer tres veces al día y que su Ayuntamiento esté ahí para echarles una mano. Recuerdo que esta semana pasada las autoridades han cerrado perimetralmente a la mitad de la población andaluza, que hay toque de queda, de once de la noche a seis de la mañana, que va a arruinar a decenas de miles de restaurantes y bares y que, mal que les pese a los enterradores del modelo económico actual sin proponer ninguna alternativa viable, es lo que da de comer a decenas de miles de personas y sus familias; y que, según algunas informaciones periodísticas de rotativos muy alejados del sensacionalismo y la inmediatez irreflexiva que hoy inundan algunas zonas de expresión de la sociedad local, es posible que ya no haya solución sin un nuevo confinamiento. Total, un cuadro.

Digo todo esto, y lo entenderán bien, porque con la que está cayendo se había fijado un pleno extraordinario para hablar del Astoria el 3 de noviembre, y el ordinario del jueves llevaba cuatro mociones al respecto, más una quinta que hablaba del gran fracaso colectivo de Málaga como sociedad civil: la marcha de la fábrica de Coca-Cola a Sevilla. Así que lo mejor hubiera sido que ese combinado sólo llevara incorporada la refrescante bebida y se hablara de cómo salvar la fábrica, de ayudas sociales, de cómo articular una respuesta rápida por parte de Derechos Sociales y de coordinación entre administraciones para mejorar ayudas a comercios, hosteleros y todo tipo de pequeñas y medianas empresas, que, como digo, no viven del aire.

Todo sucedió en la Junta de Portavoces del miércoles: el alcalde llevaba una moción del Astoria en la que pedía, básicamente, que se dejase hablar a los técnicos de Cultura con la base del informe hecho por las arqueólogas, es decir, que se determinara el valor de lo hallado; que se hicieran sondeos geoarqueológicos para ver qué hay debajo y, una vez hecho esto, se decidiera si debía haber un edificio traslúcido con usos culturales y comerciales o, mejor, un parque arqueológico. Y, al mismo tiempo, el PP presentaba una moción reprobando a Concepción Gutiérrez, ex consejera de Obras Públicas del Gobierno autonómico de la Junta, por su papel al impedir, según la versión popular, que Coca-Cola pudiera irse a otra parcela más grande, tener una fábrica más competitiva y ahora no estaríamos llorando la pérdida de más de setenta puestos de trabajo. El alcalde, Francisco de la Torre, está en plena forma y la envolvente fue endiablada para la oposición, aunque el PSOE y Adelante Málaga llevaban dos mociones urgentes: una sobre el Astoria, de forma que se convocase una consulta popular para decidir sobre el uso de la parcela (idea avanzada aquí hace poco y calificada de absurda con ligereza por parte de algunos analistas, que, por cierto, rechazaron PP y Cs). Imaginen la escena: dos cartas, dos propuestas en una carpeta, viendo por dónde salía el regidor, que luego, en la rueda de prensa posterior, y ahí culminó con maestría la envolvente, acusó a la oposición de forzar el pleno extraordinario para tapar («desviar la atención») la actuación del PSOE en los años en los que, según el regidor, se perdió la fábrica porque la Junta socialista tenía más afinidad con Sevilla (nada como agitar el espantajo con el que asustan a todos los malagueños desde que tienen edad de entender algo de lo que les rodea). Total, que la oposición, actuando en bloque de nuevo y dejando ver su buena sintonía, contestó con otra moción sobre el Astoria (la de la consulta popular) y de esa parcela se habló el jueves en el Pleno ordinario y se hablará, claro, en la sesión extraordinaria del próximo martes. También se habló de Coca-Cola, claro, pero poco. Eduardo Zorrilla, portavoz de Podemos e IU, que sabe bastante de estrategia política, comparó al alcalde con Maquiavelo y con Andreotti, ex primer ministro italiano famoso por sus estrategias y al que se acusó de cosas feas, aunque fue absuelto de todo. La primera comparación puede ser acertada; la segunda, quizás no tanto, porque si buena (para sus intereses) fue la finta del regidor, tampoco le vino a la zaga la de la oposición con dos textos alternativos. La política malagueña parece ya un juego de rol. Los socialistas, por medio de la solvente Begoña Medina, respondieron culpando al alcalde de la marcha de empresas, porque para eso, según dijeron, De la Torre manda aquí. El caso es que pasan los años y Concha Gutiérrez y el regidor siguen perpetuando su mala relación de hierro. O, al menos, eso parece.

A todo esto, Javier Frutos, presidente de los hosteleros malagueños, mandó una carta esta semana al presidente de los andaluces, Juan Manuel Moreno, para pedirle que modulara el toque de queda y lo retrasara una hora por la noche para permitir cenas en locales hosteleros y salvar así miles de empresas y puestos de trabajo, pero Moreno fijó el cierre de bares a las 22.30 horas y ratificó el inicio del toque de queda a las 23.00 horas. El motor económico se gripa mientras las Ucis de los hospitales malagueños vuelven a llenarse poco a poco y muchos comienzan a recordar ya, con pánico absoluto, aquellos meses de invierno y primavera de 2020 en los que tuvimos que confinarnos y nadie, ni los analistas que opinan, saben qué va a ocurrir ni cuál es la receta perfecta para que la economía no se resienta y, al tiempo, se den los menos contagios posibles, porque el coronavirus, aunque no lo crean, sigue en la calle y, por experiencias cercanas, si agarra bien en un organismo, es difícil que lo suelte. El bicho tiene mala leche. Lo de Frutos es un ejemplo de la desesperación a la que se enfrenta el sector turístico y, por consiguiente, la que ya empieza a apoderarse de muchas familias cuyos miembros están en casa desde marzo o temen un nuevo confinamiento total que acabe con sus ya escasas posibilidades de mantener el puesto de trabajo. Porque la hostelería y el turismo no son solo el bar y el hotel, son también los proveedores y distribuidores y una red capilar de miles de empleos cuya inmensidad no podemos ni calcular: de ahí que algún economista se descojone cuando escucha cambio en lugar de diversificación del modelo. Hay quien ha pedido, en su deriva malsana, que no haya ayudas para el turismo, sin dar alternativas creíbles, claro, a nuestra principal industria (que también debe hacer autocrítica, claro, sobre todo en cuanto a sostenibilidad y precariedad laboral, si no pregunten a Gonzalo Fuentes). El turismo debe comprender la dificultad de la situación y la administración ha de obrar con precisión quirúrgica. Ya ven: una semana en la que se ha hablado del Astoria mientras miles de negocios, hosteleros y comerciales, hoteleros y de hospedaje, y decenas de miles de familia están al borde del colapso económico. El Ayuntamiento ha gastado 12 millones adicionales en ayudar a estos colectivos vulnerables. Ahora el Astoria no toca. Hablen de la gente, aunque hay algún concejal más preocupado por lo que se dice en esta crónica que por gestionar. Más Coca-Cola y menos Astoria.