Aunque pueda sonar a forzado, el punto de partida para entender algunos de los movimientos que se están produciendo en la política andaluza se encuentra en una frase de Antonio Banderas. En aquella oración contundente, casi carne de cita de azucarillo, que el universal actor malagueño pronunció hace un lustro cuando recogió el Goya de Honor: «Ahora comienza la segunda parte del partido de mi vida», vino a decir el artífice del Teatro del Soho de una forma tan simbólica que lo más fácil es copiársela para cualquier contexto. Sirve para un roto y para un descosío.

En este caso, tras los dos años transcurridos desde aquellos comicios regionales que le abrieron la puerta al autodenominado 'Gobierno del cambio', se puede asegurar que acaba de empezar la segunda parte del partido de la legislatura en el Parlamento de Andalucía. Con todo lo que conlleva para la clase política esa larga recta de autopista en la que se va preparando el camino para unas elecciones. Para una de esas citas con las urnas ante las que -aparte de las consabidas inauguraciones- ya no se dejan tantos flecos para última hora. Sobre todo, con el escenario en permanente cambio que introdujo por inercia -antes incluso de los tambaleantes tiempos del coronavirus- lo que se ha venido a llamar como la política de bloques. O sea, esa aritmética del poder en la que ya no se contemplan las mayorías absolutas para un solo partido. Casi ni para dos.

Y ahí, en esa cuadratura de las nuevas camarillas, encaja casi todo. Hasta la explosión en el seno de Adelante Andalucía en la que fue mucho más decisivo de lo que pueda parecer que el PSOE se prestara a activar al detonador.

Mientras con el rabillo de un ojo vigila las zancadillas que está recibiendo en su cada vez más estrecho pasillo amigo, Susana Díaz acaba de alcanzar unos picos de actividad y visibilidad que evidencian cuál es la meta personal que se ha marcado. Ella sabe mejor que nadie que tiene por delante una carrera de fondo de dos años. Y que la competición en cuestión no se celebrará en un único estadio de atletismo.

Mientras tanto, irá haciendo todos los méritos que sean necesarios para no llegar descalificada a la última vuelta a la pista. Entre ellos, abonar el terreno para que en Andalucía se aplicase si fuera necesario la fórmula PSOE+Unidas Podemos que ahora mismo gobierna el país en coalición. De ahí que, en la sombra, le encendiera el semáforo verde a la operación que aniquiló a Teresa Rodríguez y al resto de parlamentarios críticos con el jardinero sin el que ahora no crecerían las flores en el Palacio de La Moncloa: Pablo Iglesias Turrión. Mientras colaboraba con la ejecución teresista, la líder del PSOE andaluz se prestaba a disimular reiterando que «no es bueno que la izquierda tenga este tipo de enfrentamientos cuando enfrente tiene a una derecha desacomplejada en brazos de la extrema derecha».

Precisamente, en la otra orilla, es donde las cábalas se antojan más enrevesadas si cabe. La radiografía de las encuesta le garantiza a Vox que adelantará por la derecha a Ciudadanos y se colocará, al menos, como segunda fuerza del bloque que sostiene el Ejecutivo regional ahora mismo. La propia negociación de los presupuestos -amenizada por la ruptura allende Despeñaperros entre Pablo Casado y Santiago Abascal- les hizo ver a los azules, a los naranjas y a los verdes el verdadero poder de la llave que empuña Vox en Andalucía. A la hora de la verdad, sin el sí de Alejandro Hernández y compañía no van a ningún lado las gestiones que abandera el tridente integrado por Juanma Moreno, Elías Bendodo y un Juan Marín al que, por instantes, se le ve mimetizado con el PP. Tanto que si Inés Arrimadas no bendice una confluencia de naranjas y populares en plan Andalucía Suma, el vicepresidente, el alcalde de Granada, Luis Salvador, y todos sus afines -en Málaga son muy marinistas Carlos Hernández White y Teresa Pardo- podrían emigrar al PP en masa. A ver qué pasa en esta segunda parte.