Memorias de Málaga

Las lenguas del Bachillerato

En el antiguo Bachillerato español de los años 40 del siglo pasado se llegaban a estudiar dos lenguas muertas como

el latín y el griego y cuatro vivas: el francés, el italiano, el inglés y el alemán

Entrega de premios de la Olimpiada de Matemáticas, en una foto de archivo. | LA OPINIÓN

Entrega de premios de la Olimpiada de Matemáticas, en una foto de archivo. | LA OPINIÓN / Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Cuando empecé a cursar el bachillerato allá por el año 1939, en la relación de las asignaturas correspondientes al primer curso, figuraban entre otras el latín y el francés. Al finalizar el tercero e iniciar los estudios del cuarto, el latín se mantenía, y el francés era sustituido por el alemán, y para completar la formación se incluía el griego, no el que hablan los griegos de hoy, sino el clásico. Pero al poco tiempo se podía optar por el italiano en lugar del francés, y el inglés por el alemán. Total, que el segmento idiomático comprendía, además del español, dos lenguas muertas (latín y griego) y cuatro vivas (francés, italiano, inglés y alemán).

Era tan rica y variada la oferta que por lo general uno terminaba el bachillerato sabiendo el rosa-rosae del latín, la conjugación del verbo auxiliar griego lyo, lye…, el bonsoir y bonjour de los franceses, el tutti contenti del italiano, el casi impronunciable auf wiedersehen del alemán y, para finalizar, el socorrido goodbye very well del inglés.

En la década de los 40 del siglo pasado, en el fragor bélico de la II Guerra Mundial, la Sociedad Dante Alighieri, fundada hace un par de siglos para promocionar la lengua italiana en el mundo, inició en Málaga uno de sus cursos, inaugurado a los sones del ‘Giovinezza, Giovinezza’, el himno del fascismo de Mussolini. El alemán y el italiano estaban de moda porque la España de entonces se inclinaba hacia los países del eje, o sea, Alemania, Italia y, de coletilla, Japón.

Yo estuve en la inauguración en el salón de actos de la Sociedad Económica de Amigos del País, y asistí a la primera lección. No continué porque bastante tenía con el alemán obligatorio que estaba estudiando. Como la guerra terminó poco después y la Italia fascista se hundió, los cursos del Dante se suspendieron.

En la década de los 60, como lo que privaba era el inglés, cuatro amigos nos pusimos de acuerdo para estudiar juntos el idioma de moda. Nuestro profesor fue Rafael Lafuente, padre del excelente columnista del mismo nombre de este periódico. Tuve que dejarlo poco tiempo después porque con el trabajo en Radio Nacional, en el periódico Ideal y corresponsalías de periódicos y revistas, apenas si me quedaba tiempo para dormir.

Resumiendo, que el latín sí me sirvió para mejor formación y conocimiento del idioma español; el griego, poco, aunque reconozco su valía para el mejor uso de nuestra lengua; del francés, una pizca; del alemán, por lo menos saber que «von» se pronuncia «fon», que la W se pronuncia como uve (Wilhelm se pronuncia Viljelm); que «ei» se pronuncia «ai» y que «eichhörnchen» solamente sabrá pronunciarlo Angela Merkel si habla de las ardillas, porque el significado es ardilla ¡con lo fácil que es decir ardilla! y no como acabo de escribirlo unas líneas precedentes.

Total, que el único idioma que hablo y escribo es el español…, pero poquito porque cada día me llevo sobresaltos que ponen en duda si lo hablo y escribo correctamente. Quizá me atreva a empezar el estudio del húngaro, uno de los idiomas más difíciles del mundo. Solamente lo hablan los húngaros y mi tía Amelia, que lo aprendió de adolescente cuando pasaba largas temporadas con sus amigas en Budapest.

Ya no es lo mismo

Como es natural yo me rijo por las enseñanzas de entonces. Aunque parezca mentira, en el español se han producido cambios que he ido asimilando, sobre todo porque me dedico al oficio de la escritura.

Por ejemplo, lo más elemental es el conocimiento del abecedario, eso que aprendimos de carretilla cuando empezamos a ir al colegio. Como lo aprendí muy bien de memoria no tengo problema alguno de repetirlo: A, B, C, CH ¡alto! La CH ya no existe. Claro, era la unión de dos letras que están en el abecedario. Total, que en el abecedario de hoy se ha eliminado la CH. Sigo: D, F, G, H, I, J, K ¡otra duda! La K se puede sustituir por la Q, y en lugar de kilo, quilo ,y en vez de kiosko, quiosco. Lo malo que en este caso es que hay que unir una letra más porque la Q no sabe ir sola por el mundo; necesita la compañía de la U para ser utilizada. La K se mantiene para el karaoke, el kárate, el kilociclo, ketchup y el kung-fu, entre otras palabras de uso común.

Pasamos de la letra L y volvemos a encontrarnos una nueva corrección: ya no se considera letra la LL. Ha desaparecido del abecedario porque es una repetición para un sonido que solo los muy finos son capaces de distinguir, porque lo habitual es pronunciar la LL y la Y griega casi igual. El docto documento de la RAE lo aclara: Yeísmo: Pronunciación del dígrafo LL con el sonido palatal central sonoro con el que se pronuncia la consonante Y. Clarísimo.

Solventado el problema seguimos el abecedario: M, N, Ñ. Como la letra Ñ es españolísima hay que defenderla a muerte. ¿Qué sería de nuestro país si elimináramos la Ñ de su nombre?.

Tras la Ñ le siguen O, P, Q, R… y la doble R, o sea ERRE. Como no se puede utilizar como inicio de una palabra –siempre va en medio de un vocablo- se eliminó su cita del abecedario, cuando los niños cantábamos: O, P, Q, R, ERRE doble.

Solventado el problema de los dos sonidos de la erre, seguimos la cantinela: S, T, U, V, W (UVEDOBLE) (W), que en nuestra lengua se utiliza muy poco. Waterpolo, wolframio, windsurfista y wáter, esta última españolizada como váter, que en alemán, sin tilde es padre.

Finaliza el abecedario con X, Y griega y Z, todas ellas con una discreta lista de palabras.

Resumiendo: con el paso del tiempo me he puesto al día y ya no tengo duda, por ejemplo, de escribir solo o sólo. Para facilitar la ortografía la RAE decidió quitar la tilde para respiro de los indecisos que sueñan que se elimine la H y la J de reloj, porque la gente no pronuncia reloj sino reló.

las lenguas del bachillerato

las lenguas del bachillerato / Guillermo Jiménez Smerdou

¿Dónde está el Ebro?

Volviendo a mi bachillerato de los años treinta y tantos resulta que la mitad de algunos estudios que había que superar ya no sirven para nada porque se han cambiado o modernizado. Yo creía –lo decían los libros de texto- que el río Ebro nacía en Fontibre, cerca de Reinosa, en la provincia de Santander; ahora resulta que se llama Ebre y nadie sabe dónde nace, si en Zaragoza o en Cataluña, pues ambas regiones –ahora comunidades autónomas- reclaman su propiedad.

Los que eran muy buenos en la Historia de España ahora resulta que son malos o malísimos, y los que eran perversos ahora son héroes. Se abaten monumentos, estatuas, se cambian los nombres de las calles y el descubridor del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón, se le considera como exterminador de los indios. España, según los progresistas, no llevó la cultura a América sino el terror… aunque muchos españoles se casaran con las indias y de los enlaces se creara una nueva sociedad, que es la que hoy manda en la América… de habla española, por cierto.

La aritmética

Yo creí que la aritmética era inamovible. A mí nunca se me dieron muy bien que digamos las matemáticas; aprobadillos raspados aparecen en mi libro escolar que debió de perderse en una de las varias mudanzas que hizo mi familia y las dos mías de casado. Tuve la mala suerte de que el profesor que me tocó en suerte en tercero de bachillerato no fuera el más capacitado para la enseñanza… o que yo era un zoquete en la materia. Como decíamos los niños de entonces al juzgar a los compañeros que no dominaban una asignatura, yo estoy ‘pegao’ en matemáticas.

Cuando fui creciendo y elegí la profesión en la que llevo más de setenta años, la aritmética me era suficiente para mi trabajo; las matemáticas eran para los otros.

Algo cambió sin embargo. Toda la vida he sabido lo elemental, hasta llegar el día en que me hice un lío con los billones. En España siempre, y ahora, un billón de pesetas equivalen a un millón de millones; en Estados Unidos, un billón de dólares son mil millones. El lío del billón europeo y el billón americano lo han resuelto los que mandan en Europa –Bruselas- inventando el millardo. A mí me es indiferente porque esas cantidades son para los que manejan el cotarro del parné. Lo que sí me preocupa es la deuda española que, como van las cosas, heredaran no mis nietos sino los bisnietos si es que llego a tenerlos. Sin embargo confío en lo que me dijo un economista: esa deuda no se liquidará nunca.

Y para rizar el rizo me he encontrado una noticia fechada en EEUU que habla de un paquete de más dos billones de dólares para paliar los efectos de la pandemia, y en otra publicación de ¡tres billones!, no sé si de dólares o euros. Me he aburrido contando los 0 que tiene el 3 detrás.