Memorias de Málaga

El cuarto oscuro y otros castigos

Que viene el coco, el tío del saco, el cuarto oscuro, sin postre, de rodillas, los brazos en cruz... castigos que en el pasado se ponían a los niños por sus diabluras y mal comportamiento

Aula ‘multiépoca’ en el Museo Andaluz de la Educación, en Alhaurín de la Torre.

Aula ‘multiépoca’ en el Museo Andaluz de la Educación, en Alhaurín de la Torre. / A. V.

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Los niños de hoy, y los mayorcitos que los sábados van a los botellones y cometen pequeños hurtos, no han padecido ni oído siquiera algo que era habitual cuando ellos no habían nacido.

Eran los castigos por alguna falta, como ‘si no te comes las acelgas te encierro en el cuarto oscuro’ o ‘si le faltas a tu madre otra vez te pego un sopapo que te ves a enterar’… Hoy, como las casas son tan pequeñas, no hay cuartos oscuros para castigar a los niños que se salen de las normas de la convivencia, aparte de que con el precio de la electricidad casi todos los cuartos o habitaciones están a oscuras.

Claro es que en el caso de que el antiguo castigo subsistiera serviría de bien poco porque los niños de cinco y seis años se irían al cuarto de castigo con la ‘tablet’ y el móvil para hablar con los amigos o jugar con los millones de entretenimientos que embotan tanto a los niños como a los jóvenes (y no tan jóvenes) y no sé si también a los aburridos que en lugar de leer se dedican a gastar su tiempo embobados en las omnipresentes tabletas y videojuegos, que se ven hasta en las playas. Tabletas es lo correcto en español, y no ‘tablet’ (que es pastilla en inglés), ni ‘table’, que en la misma lengua es mesa.

Hablando de castigos, a los niños de hace ochenta años se les amenazaba con ‘que viene el coco’ o con ‘el tío del saco’, y remontándonos a principios del siglo XX, se les asustaba con el Sacamantecas, un personaje de ficción al que se le atribuía la muerte de niños para la extracción de órganos vitales que servirían para salvar la vida de la gente pudiente.

Hoy, aquella leyenda se ha convertido en realidad y las desapariciones de niños, según se cuenta y no sé si hay pruebas evidentes, están relacionadas con tráfico de órganos.

El cuarto oscuro y otros castigos

Un ‘chasca’, con el que se llamaba la atención a los alumnos, entre otros usos. / L. O.

Palmetazo en la mano

En los colegios antiguos, tanto públicos como privados, los castigos más frecuentes y tolerados no llegaban a la crueldad y violencia de los famosos ‘school’ y ‘college’ británicos, donde se pasan en los castigos corporales.

En España, en general, eran más comedidos en las reprimendas. Sin un orden premeditado o admitido, los castigos más impuestos a los alumnos rebeldes, vagos, distraídos… eran ponerlos de cara a la pared, obligarles a ponerse de rodillas (y en casos extremos con un libro en cada mano), darle con una regla un palmetazo en una mano, ponerle orejas de burro, castigar a los que no hacían bien la gimnasia a dar vueltas al patio, ordenarles a escribir cien veces ‘en clase no se habla’ o ‘el presente de indicativo del verbo caber es yo quepo’…

A mí la única vez que me castigaron por hablar, en la fila cuando íbamos a la capilla, fue con un golpe en la cabeza con una chasca. El ‘agresor’ fue el padre Martín. Todavía me duele el coco; es un decir.

Un caso que no he olvidado fue el castigo que el profesor de gimnasia impuso a un niño gordito que no hacía bien los ejercicios habituales de subir los brazos, girar la cabeza de izquierda a derecha, doblar el espinazo… Le ordenó que corriera no sé cuantas vueltas alrededor del patio. Al chico le dio un patatús, sin más consecuencias que el susto.

Al día siguiente, el padre del gordito, que era médico, llegó al colegio y con las del beri (en malagueño, con mala intención) buscó al profesor, porque su hijo padecía no sé qué enfermedad que le incapacitaba a determinados ejercicios. Pero el galeno no pasó de las palabras. Si hoy se diera un caso semejante, la madre o el padre del infante mejor no pensar cómo actuaría. Por lo menos pegarle una tunda y pincharle las ruedas del coche.

Hay un dicho popular que encierra los castigos corporales a los alumnos poco aplicados en los estudios. Su enunciado es más que suficiente para interpretar su sentido: «La letra con sangre entra». Maestros de todos los tiempos ponían en práctica el consejo.

De pie mirando a la pared

Con respecto al castigo de obligar al alumno a ponerse de cara a la pared, conozco una insólita historia que me contó un súbdito dominicano que se exilió voluntariamente a Cuba después de haber sido cónsul de su país en algunas ciudades del Caribe, entre ellas La Habana.

Dejó su país y profesión por miedo al presidente de la República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo, un dictador que gobernaba bajo el eslogan «Dios manda en el cielo y Trujillo en la República Dominicana». El exiliado, Salvador Moncliú, se casó en Cuba con la hija del periodista malagueño José Blasco Alarcón, hermano del pintor Manolo Blasco. Era licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, ejerció el periodismo en aquella ciudad y dirigió en Málaga el diario ‘Amanecer’, de tendencia izquierdista. Abandonó Málaga durante la Guerra Civil, ciudad a la que no regresó. Falleció en Cuba.

Su hija, acompañada de su marido, estuvo en Málaga en los años 60. Moncliú me contó lo que parece increíble. Tratándose del dictador Trujillo todo era posible, como castigar en más de una ocasión a ministros de su gabinete de cara a la pared en su despacho o en la sala de reuniones por no obedecer sus órdenes o por discutir algún asunto.

El cuarto oscuro y otros castigos

Mario Vargas Llosa firma un ejemplar de ‘La fiesta del Chivo’. / EFE

El premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa publicó en el año 2000 una novela titulada ‘La fiesta del Chivo’, en la que cuenta las barbaridades del dictador, que fue asesinado en 1961 por un grupo de militares. Lo de recurrir a ‘chivo’ para referirse al dictador tiene explicación: chivo, cría macho de la cabra, en el Caribe tiene otro significado, como persona que hace malas pasadas, rufián… calificativo que encajaba con el endiosado personaje que gobernó en la República Dominicana entre 1930 y 1961. En la década de los cincuenta, el generalísimo Trujillo estuvo en Málaga. Yo tuve la ‘suerte’ de verlo dialogar con varios socios del Círculo Mercantil que estaban sentados a la puerta del edificio de la calle Larios. Venía o se dirigía a la Catedral para rezar en la capilla de San Rafael. Y no iba solo, ya que lo rodeaban varios guardaespaldas.

Ni levantarle la voz

Hoy la protección al niño es similar a la que se le da a los perros y otros animales, sean domésticos o salvajes. Un padre o una madre tiene que medir sus palabras y acciones para afear a sus hijos por mala conducta, rebeldía, malas notas, suspensos, indisciplina…

La protección llega a tales extremos que ni siquiera en una regañina se puede levantar el tono de voz. Algún lector puede pensar que yo he practicado el castigo corporal con mis hijos. Aseguro que, salvo un cachete en el culo en un momento determinado, jamás usé la violencia, ni les dejé sin postre.

Estoy de acuerdo en que los castigos corporales o de parecido rango no deben practicarse, pero tampoco es permisible que el menor en el colegio o en su casa haga su real gana sin que los desairados, insultados o ninguneados puedan rechistar. Quizá la única salida que les queda a los padres y maestros sea en los casos extremos decirle «nene, no seas malo, esas cosas no se hacen».

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