Crónicas de la ciudad

La huella en el paisaje del Urbanismo imprudente

Nuestro alcalde, además de un gran servidor público y un exitoso gestor cultural, también es un imprudente ‘gestor inmobiliario’ que daña a lo grande el paisaje de Málaga

La vista de la Málaga monumental desde uno de los edificios del Paseo de la Farola, destrozada por las Torres de Martiricos.

La vista de la Málaga monumental desde uno de los edificios del Paseo de la Farola, destrozada por las Torres de Martiricos. / Antonio Toré

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

La espeluznante fotografía de hoy es real. Fue tomada en marzo desde un edificio del Paseo de la Farola. La vista de Málaga al anochecer, con dos de sus principales monumentos iluminados, ha quedado destrozada para siempre. 

Detrás del Ayuntamiento y la Alcazaba irrumpen las vulgares torres de Martiricos, un atentado paisajístico provocado por estos anticuados rascacielos, que parecen haber sido emplazados por nuestro peor enemigo para irrumpir por todos los rincones del Centro Histórico y obstruir de por vida la vista del Guadalmedina y los Montes de Málaga.

No será el último atentado paisajístico que reciba esta ciudad. Tristemente vendrán más, de la mano de nuestro alcalde Francisco de la Torre. Quién duda que es un incansable servidor público y un exitoso gestor cultural que ha logrado que Málaga deje de ser la Cenicienta de las grandes capitales españolas. 

Pero como ‘gestor inmobiliario’ su imprudencia no conoce límites, jaleado además por los grupos de interés de toda la vida, casi siempre ajenos al interés general. 

Con una exigua capacidad para la autocrítica y una antediluviana concepción del paisaje, que obvia el Convenio europeo de Florencia de 2000 y que se cruza de brazos ante los cambios supuestamente ineludibles que todas las ciudades deben experimentar, Málaga debe prepararse para un ‘revival’ de las grandes insensateces urbanísticas de los años 60 y 70. Al parecer, esta no es una ciudad con un casco antiguo con aspiraciones de ser Patrimonio de la Humanidad sino la Gran Llanura de Nebraska donde todo se permite. 

Y sin embargo, claro que se pueden hacer cosas para que los cambios sean armoniosos y no asilvestrados, para respetar lo que además no deja de ser una fuente de ingresos: nuestro paisaje. 

Por desgracia, el destino actual de Málaga parece encaminado a operaciones como la indecencia urbanística de los terrenos de Repsol. Para unos rascacielos que no agreden el casco antiguo, triste ejemplo el que, en lugar de ‘liberar’ terreno como en teoría se supone que hacen estas construcciones, se vayan a comer cerca de 100.000 m2 del gran parque planificado previsoramente hace 40 años

Y qué decir de la Torre del Puerto, una monumental agresión paisajística presidiendo la Bahía, sustentada por los tópicos provincianos que ligan modernidad con altura, sin importar dónde caigan los edificios, y que se escuda en los puestos de trabajo que creará. Ni un solo empleo justifica este gravísimo estropicio desaconsejado de forma reiterada por todo tipo de expertos. 

Por eso, no hay que ser ningún augur para concluir que, dentro de un siglo, de la Málaga de Paco De la Torre quedarán los parques y los espacios que acertadamente ganó para el peatón pero también, como lo más negativo y perenne de su gestión, varios inmuebles mal situados que causarán idéntica perplejidad que la incivilizada estampa de nuestra Catedral semioculta por el Málaga Palacio. No aprendemos. 

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