Como si se tratase de un viejo achacoso y radicalmente lúcido, el silo del Puerto ha comenzado a dejar su sitio a las nuevas generaciones, que, en términos urbanísticos, vienen pegando fuerte de la mano del proyecto de remodelación del muelle 2. El edificio, que recibe en estos días las primeras mordidas, será relevado por la travesura solar del Palmeral de las Sorpresas, una explanada que permitirá conectar el Centro de la ciudad con el entorno portuario.

Pero antes de la irrupción de los nuevos hitos, el antiguo depósito, que cumplió 50 años el pasado 6 de marzo, tendrá que soportar un último período de agonía, que en esta semana ha empezado a acelerarse gracias a las embestidas de la empresa Volconsa. En esta ocasión, la firma se ha decantado por un sistema de demolición basado en las dentadas de grandes pinzas metálicas, lo que da lugar a estampas parcialmente herrumbrosas. El entorno, precintado casi en su totalidad, ofrece imágenes tan cercanas a un villorrio avejentado como a un principio de destrucción. No obstante, se trata de la única vía mortífera que admite la estructura del muelle, que podría tambalearse ante la contundencia de una detonación. De cualquier forma, el aspecto del recinto se antoja como el preludio del fin de una época y de una panorámica dominante durante décadas desde diversos puntos, incluidas algunas latitudes marítimas.

Severidad. El edificio, erigido en 1956 para albergar los contingentes de trigo llegados de países como Argentina, mantiene la apariencia sobria que caracteriza a las construcciones funcionales alzadas durante el franquismo. Sus ventanas, distribuidas de modo racional a lo largo de ocho plantas, parecen esconder las peripecias académicas de la dictadura. Sin embargo, el interior del inmueble dista mucho de esconder cuadros de niños enjutos y en la actualidad, tras un pasado ligado al almacenaje, únicamente presenta grandes oquedades. En uno de los laterales, justo debajo del cartel que proclama la vieja adscripción de las instalaciones al Servicio Nacional de Cereales, se puede contemplar un interior plagado de huecos.

No obstante, la fisionomía interna del silo no responde únicamente al paso del tiempo, sino a las propias tareas de derrumbe, que fijaron como actuación previa la recuperación de la maquinaria alojada en el edificio. Precisamente, la recuperación de los objetos de valor, algunos de los cuales irán a engrosar los fondos del museo portuario, ha sacado a la luz un total de 29 piezas destacadas, entre las que se encuentran varias básculas, dos aspiradores de grano o un antiguo teléfono de pared.

Aledaños. Pero la labor extractiva no ha sido la única actividad que ha precedido al inicio de la demolición, ya que las naves anejas también han sido maltratadas por los servicios de Volconsa. Sin ir más lejos, una de las portadas de estas dependencias ha sido prácticamente destruida, a excepción de una rocosa superficie blanca que permanece adherida al pasado como una fina película de limo. Sin embargo, su rendición también es cuestión de días.