Ésta es una de esas crónicas ambiguas, que recogen los lamentos por el guantazo de realidad que supone la derrota en el último suspiro pero también en la que se abraza el nuevo fútbol de Víctor como si fuera el Santo Grial. Posiblemente no haya un término medio, y lo que para unos es desazón por caer ante un rival directo de manera injusta y tras mostrar de nuevo evidentes síntomas de falta de gol, para otros puede ser un mal menor, sólo una piedra en el camino correcto, aunque tardío, que parece haber empredido el Málaga CF en estas últimas jornadas. Un accidente, lamentarán. Porque el conjunto blanquiazul besó la lona en el último asalto, después de haber lanzado toda su batería sobre el área rival, tras dominar casi todos los aspectos del juego y tras ser merecedor, sin lugar a dudas, de una victoria cómoda sobre los bermellones. Pero el fútbol, ¡ay, el maldito fútbol!, tiene sus propios guiones, sigue sus derroteros caprichosos y guardaba un desenlace cruel para el malaguismo en la gran puesta en escena de Víctor.

Leo Suárez, en el 86', echó un jarro de agua fría sobre el malaguismo como hace tiempo no se recuerda. Porque hace mucho que un equipo no se llevaba de La Rosaleda tanto premio sin merecerlo. Y sobre todo, porque también hacía demasiado que el Málaga no hacía tanto para ganar los tres puntos.

La derrota, además, tiene unas consecuencias terribles para el conjunto blanquiazul porque se queda descolgado en la sexta plaza, tiene al Dépor siguiéndole a un punto, y también al Oviedo a dos. Ha perdido -de momento- el average con el Mallorca y ahora le toca visitar Cádiz, que puede escaparse más si cabe.

El escenario es complejo. Pero lo positivo es que el Málaga CF puede agarrarse a su fútbol para intentar buscar un rayo de sol, para no hundirse en una depresión profunda. Porque el conjunto blanquiazul mereció ganar. Levantó la ilusión de su afición, fue el dueño del partido y tiene argumentos para pensar que jugando así ganará más de los que perderá. Porque el fútbol no es infalible, y ni mucho menos el Málaga, pero suele recompensar al que más expone.

Y el equipo de Víctor expuso. Desde el inicio fue una continuación del día del Alcorcón. Había ambición en los blanquiazules, que estaban apoyados por la mejor entrada de la temporada. Se vieron algunos detallitos más de la evolución del esquema de Víctor, que se había convertido ahora en un equipo ofensivo, sin complejos y dominador. Con un 4-3-3, Ontiveros. Y los blanquiazules lo buscaron siempre a él.

De hecho, provocó un penalti claro en el minuto 8 que el colegiado, a un par de metros, no señaló. La primera que se iba al limbo de unas cuantas, porque Pérez Pallas fue otro enemigo con el que el Málaga CF tuvo que lidiar. Se tragó ese y otro penalti a Blanco en la segunda parte, y no quiso sacarle la segunda amarilla a Salva Sevilla. Arbitraje sibilino, dirían.

En cualquier caso, el Málaga tenía el control, pero Budimir pudo marcar el primero en una acción aislada, con fallo malaguista incluido. El paradón de Munir fue de época.

Durante los primeros 45 minutos, el conjunto blanquiazul arrinconó al Mallorca. Lo maniató y le sacudió como si fuera un saco de boxeo. Rondó siempre el área del malagueño Manolo Reina, pero la falta de gol fue su lacra. Ontiveros, un puñal por la izquierda, no conectó casi nunca con Blanco o Adrián. Pero en otra llegada en solitario, como si fuera un aviso de cuál sería el desenlace final, Dani Rodríguez obligó a otra parada de Munir.

Al descanso el Málaga debió marcharse con un triunfo cómodo, pero empataba. Ese triunfo moral del Mallorca les dio ciertas alas en la segunda mitad, donde se igularon fuerzas y donde el conjunto de Víctor ya no tenía tanta frescura. Aún así, amasó más el balón, tuvo algunas claras como la de Adrián, Ontiveros y N'Diaye. Y no hubo noticias del Mallorca.

Pero flaqueó el equipo con los cambios, que no aportaron frescura ni calidad. Y llegó el accidente. Un saque de banda innecesario mal defendido, un despiste de la zaga y un buen movimiento del rival. Leo Suárez silenció La Rosaleda y puso cuesta arriba el ascenso.

La caída no cesa y el play off se complica. Un escenario demasiado complejo.