Una de las conclusiones que deja la moción de censura es que el alcalde saliente puede caminar sin temor por las calles de Marbella. En la memoria perduran los recuerdos del GIL, un pasado marcado por las acciones políticas destinadas al mero enriquecimiento personal. Efectistas en su caso para el bolsillo personal de los que ahora habitan en celdas no directamente de tortura, pero sí bastante reducidas. Quizá por ello, por ese pasado de barra libre, al estilo Aifos, la pancarta que encabezó la colorida marabunta que se plantó a primera hora de la mañana en la plaza de los Naranjos. Sería bueno saber si realmente existe en España una plaza más bonita y que dé más euforia al funcionariado que la enfila después de etiquetar y plegar a las dos del mediodía. Cuando se sucedió la estampida ayer, en su rutina más absoluta, cualquiera diría que en el salón de plenos colindante se acababa de producir un hecho de sumo calado. Como el encabezamiento de la propia pancarta que reflejaba el rostro de Bernal junto a una simple palabra: «honestidad». Ha habido muchas espantadas indecorosas en el pasado. No lo fue, desde luego, la de Bernal, que se despidió como héroe para los suyos. Tan significativo fue el recuerdo a su padre que fue la única vez en el que se le quebró la voz.

Una moción es una moción

Por lo demás, la moción de censura atendió a todos los registros que suelen acompañar estas expresiones democráticas que se viven, por lo general, como si de un partido de fútbol se tratara. Alguno de los turistas que ayer se maravillaron ante tan coqueta plaza, hoy se seguirán preguntando el qué se estaba deliberando para justificar tanto abucheo y aplauso, mezclado en una gota espesa conformada por un centenar de personas. En el salón de plenos, las respectivas direcciones provinciales del PP, PSOE, IU y Podemos vieron en primera fila el intercambio del bastón de mando. Muñoz, alcaldesa de nuevo, ya sabe lo que significó enmendar los desmanes del gilismo. A su salida, fue rodeada. Aclamada. Ya, según los colores de cada uno.