La jornada laboral de Miguel e Irene da sus primeros pasos sobre las cuatro de la mañana. Antes del amanecer salen al encuentro con la naturaleza. Sus compañeros de oficina son unas simpáticas cabras. Son controladores lecheros y se pueden considerar los garantes de la raza caprina. La función que realizan contribuye a la mejora genética de la raza malagueña, gracias a la labor que desarrollan en 35 ganaderías.

Más de una decena de controladores desarrollan su trabajo a lo ancho y largo de la geografía andaluza para ir año tras año mejorando la cabaña caprina. Cada vez son más los jóvenes que se dedican a esta profesión. Es el caso de Miguel Jesús Palma e Irene Ortega. Con 30 y 32 años, respectivamente, ambos trabajan en la provincia para Cabrandalucía.

Estos jóvenes se desplazan de una explotación a otra para realizar el control lechero. Miguel se encarga de recoger las muestras de leche que se depositan en el medidor. Un instrumento que está conectado a los pezones de la cabra y controla la producción del animal.

Loa animales son identificados por orden para que sus muestras pasen a los laboratorios controlados por la Administración andaluza, encargados de ofrecer el analítica lechero.

Unido al trabajo de campo, estos jóvenes controladores se quitan los guantes y las botas para ejecutar el trabajo de oficina. Irene se ocupa de elaborar un informe completo de la explotación, donde se recogen partos, bajas, animales enfermos... Al mismo tiempo los ganaderos reciben un informe sobre las proteínas, el extracto seco o la grasa de la leche de cada cabra.

Anualmente un informe detalla las diez mejores cabras de cada ganadería, con el fin de fomentar su reproducción. Esa aportación permite además a la Asociación de la Cabra Malagueña conocer los mejores ejemplares.

Cuatro años estuvo Miguel, ingeniero técnico agrícola, persiguiendo un puesto de controlador. Los efectos de la crisis en el sector lo llevaron al departamento de I+D de una empresa que controla las enfermedades del olivar, hasta que hace un año alcanzó su sueño.

«De esta profesión lo que más me llamó la atención fue la cantidad de cosas que aprendes al día. Porque cada día vas a una exploración distinta, el ganado es distinto y con cada variedad de cabras aprendes cosas diferentes», apunta Miguel, que confiesa que la raza malagueña es la más bella para él morfológicamente hablando.

«Me siento muy afortunado de ser controlador», afirma Miguel. A su entusiasmo se suma Irene, que a sus 32 años lleva ocho dedicada al sector caprino. Esta rondeña afincada en Cártama, gestora de empresas agropecuarias, pone de relieve la satisfacción de desarrollar su trabajo «estar cerca de los animales y contribuir a la mejora de la raza».

«Para mejorar la raza es necesario muchos años. Una cabra tiene de ocho a doce años de vida y la mejora genética de una ganadería puede ver resultados a largo plazo», concluyen estos jóvenes controladores, que tarden lo que tarden seguirán contribuyendo con su trabajo a que la leche y el queso de la cabra malagueña cada vez sean de mejor calidad.