Unos se fijan en el arte del torero y otros nos fijamos en el sufrimiento del toro. Es lo que hay. Hemos venido a esta vida a discutir en base a nuestras diferencias. Afortunadamente. Sé de miles de personas adversas a este tipo de espectáculos que nada tienen –nada tenemos– contra quienes disfrutan con las corridas de toros y viven la fiesta con pasión. Ni contra quiénes, sin obligar a nadie a presenciarlos, los organizan desde que Felipe V prohibió el toreo a caballo, como cosa de nobles, y autorizó el toreo a pie, que era propio de la chusma.

Por tanto, no compartimos el prohibicionismo del Parlamento de Cataluña, que se acaba de decantar por mayoría absoluta (68 votos antitaurinos) contra las corridas de toros en esta Comunidad Autónoma (ya son dos, además de Canarias, que las prohibió en 1991) desde el 1 de enero de 2012.

Un hachazo a las diferencias. Mejor dicho, a la libertad de ser diferentes en base a los gustos de cada cuál, siempre que éstos no sean impuestos a quienes no los comparten. Justo lo contrario de lo que ha hecho el Parlament y quienes han creado las condiciones para desembocar en la prohibición. Cuando las diferencias son abolidas por decreto el poder está mostrando una malsana tendencia a la uniformidad.

Vayamos más allá del respeto debido al proceso de debate y votación sobre la iniciativa popular que reclamaba la prohibición de la fiesta de los toros en Cataluña. Por descontado eso. Pero en el ejercicio libre de la discrepancia, aún no prohibido por el poder, el pronunciamiento del Parlament no tiene ningún sentido. No lo tiene, al menos, a la luz de las libertades proclamadas en la Constitución Española, como la de expresión y la de mercado (ley de oferta y demanda), asentadas en nuestros gustos y nuestras tradiciones.

Sí parece tener más sentido la decisión del Parlament a poco que nos adentremos en la trastienda política o, por decirlo de otro modo, en el contexto. Muchos nos tememos que haya influido en el ánimo de sus señorías el afán de desquite por el frenazo del Tribunal Constitucional a las aspiraciones ´nacionales´ de Cataluña. La ocasión la pintaban calva cuando las corridas de toros van asociadas, al menos nominalmente, a la fiesta ´nacional´ por excelencia. Dos conceptos de nación discutibles y discutidos hasta la extenuación en estos últimos años de largo y penoso alumbramiento de una sentencia del Constitucional sobre la última reforma del Estatut.

La sentencia ha sido interpretada por la inmensa mayoría de la clase política, la que votó lo de los toros este miércoles, como un ataque a la dignidad de Cataluña. Y los efectos de ese ataque de contrariedad se han dejado sentir en la votación, como resultado del cruce de los dos asuntos en el calendario. O la colisión, más que el cruce.