No todo en esta complicada sociedad que nos toca vivir es maldad, violencia, engaño y egoísmo. También existen las buenas personas, aunque no en la forma exagerada en que antes, más que ahora, se afirmaba en Málaga: «Tó er mundo e güeno». El problema es que con las personas ocurre como con las noticias, que sólo están presentes en los medios de comunicación si son malas. De vez en cuando, a falta de asesinatos de mujeres por indeseables machistas, en ausencia ocasional de pederastas, pedófilos y criminales de niños, o cuando excepcionalmente cesa el aluvión de atracos sangrientos y mafias foráneas, aparecen súbita y fugazmente las buenas personas (las buenas noticias) que apenas tenemos tiempo de valorar.

Por un momento esas personas buenas asumen un protagonismo efímero que, sin embargo, agradece nuestro ánimo, tan vapuleado por los desagradables telediarios. Pero, en seguida, devoradas por una actualidad terrible, las buenas gentes dejan de ocupar el lugar reservado para las noticias y vuelven a su estado latente de anonimato benéfico.

En uno de estos paréntesis radiofónicos, he sabido que la Fundación Maragall va a desarrollar aun estudio sobre la prevención del Alzheimer, para lo que necesitará a veinte mil voluntarios. La noticia no es que existan veinte mil personas que quieren prevenirse para no padecer dicha enfermedad. No sería una noticia. Sería una comprensible intencionalidad para salvaguardar su salud futura. La noticia radica en que a ninguno de esos veinte mil voluntarios les va a servir de nada los chequeos, los tests, las molestias, las consultas que les harán durante cinco años, porque la prevención no les alcanzará a ellos sino a otras personas en un futuro cercano. ¿Cómo llamaremos a esos veinte mil voluntarios, que ya existen? Pues, sencillamente, buenas personas.

Las condiciones necesarias para ser buena persona no están enumeradas en ningún decálogo, si bien los diez mandamientos se refieren en buena parte a los requisitos imprescindibles para no ser del todo malos. Abnegación, generosidad, amor al prójimo, caridad, piedad, todos esos son valores que adornan ciertamente la bondad humana, pero ¿qué distancias existen entre lo bueno y lo malo? En algunos casos, sólo son diferencias semánticas. Veamos. Se dice de una pistola que es buena cuando mata bien, pero si se encasquilla o no mata, entonces se dice que es una mala pistola. Para quienes no sentimos ningún amor por las armas, la pistola buena sería la que no mata ni hiere a nadie, aunque lo ideal sería que la pistola no existiera. La palabra, hablada o escrita, también puede ser buena o mala. ¿Cómo calificamos a Remington quien, parece ser, tuvo la ocurrencia de inventar dos artilugios tan distintos y distantes como el revólver y la máquina de escribir?, ¿Era buena o era mala persona? Verso enardecido de un excelso poeta, en momentos de ofuscaciones bélicas no muy pensadas: «si mi pluma valiera tu pistola…» ¿Era buena o era mala persona Antonio Machado? Por no hablar de San Pablo, perseguidor y verdugo de cristianos, quien, yendo un día camino de Damasco cayó del caballo cegado por una luz y descubrió entonces su verdadero destino y se dedicó a predicar el amor en lugar de la guerra.

Ser buena persona, sin embargo, es para mucha gente sinónimo de ser lelo. Es un buenazo, se suele decir, por no afirmar: «Es tonto». Pero, admitiendo que la diferencia absoluta entre buenos y malos sólo existe en las viejas películas de indios, y que todos podemos ser buenos o malos en un momento determinado, lo cierto es que una buena persona, en el mundo de hoy, es aquella que siente muy dentro la alegría de vivir y que sabe contagiarla; es aquella que aprovecha las oportunidades que proporciona la libertad para hacer el bien a los demás, ventajas que ofrece la democracia frente a situaciones políticas totalitarias en las que se aplasta la individualidad y se facilita el afloramiento de los peores instintos del ser humano. Debemos preservar esa especie, escasa, desprotegida, de la gente buena, que circula anónimamente por ahí, que te la cruzas en un paso de cebra o en la acera, que te la encuentras en el ascensor, pero que no reparas en ella porque no percibes su aura. Hay que estar atentos. Si la descubres, debes esbozar una sonrisa interna que sólo asome sutilmente a través de tu mirada. Y si, casualmente, la conoces, debes cuidarla. No olvides que una buena persona es un tesoro, incluso en el caso de que alguna vez esa buena persona sea mala.