La verdad no goza de buena reputación. Cada día es más difícil encontrarla de frente, con sus antiguos ojos limpios y su dignidad erguida. Nadie la busca porque nadie quiere correr el riesgo de encontrarla. Ni siquiera la Justicia, varada entre la surrealista lentitud administrativa del siglo XIX y la tendencia a enmascarar y enmarañar las huellas de lo real, es capaz de encontrarla entre la paja de tanta mentira de excelente o de burdo diseño. Hace tiempo que nuestra sociedad ha olvidado que para enseñar a todos los hombres a decir la verdad, es preciso que primero los hombres aprendan a escucharla. Y los lugares más idóneos para oírla son los medios de comunicación y los tribunales. En los primeros es difícil encontrarla sin sombras. Los intereses de unos frente a los intereses de otros la convierten en un concepto abstracto, en una rara perla que cada uno debe inventar desde su ética, desde su imaginación y desde su relación con la realidad. Algo complicado porque cualquiera tiene una opinión sobre la verdad, pero pocos tienen una certeza. Por otra parte, en los recientes tribunales, donde se enjuician los asesinatos de Marta del Castillo y de la pequeña MariLuz, la verdad ha sido también otra víctima. Los presuntos culpables, algunos abogados defensores y la psicología de los acusados con corazón acorazado, han hecho cierta la vieja máxima de Cicerón: la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. En otras épocas nos enseñaban que había que tener el valor de decir la verdad, sobre todo cuando se hablaba de la verdad. Hoy día no lo recordamos, como tantas otras cosas que han perdido valor a fuerza de no usarlas o de darle la vuelta. Preferimos jugar con ella, colocarla bajo diferentes perspectivas, domarla con el ingenio verbal, enfocarla con la luz más adecuada a lo que se pretende. Estamos acostumbrados, lo aceptamos sin mucha queja. Somos humanos y la verdad nos da miedo. Es mejor vendarse los ojos, el alma y el corazón con medias verdades y con la que se fabrica en los laboratorios de los estrategas militares, de los políticos y de la industria del entretenimiento. Una verdad que a diario se retoca con el photoshop o se convierte en material de ficción.

A veces, algunas veces, alguien le pone precio y la vende al mejor postor, sobre todo si el postor es un programa de televisión con mucha audiencia y conducido por una estrella a la que reverenciamos más que a un juez, más que al confesor personal. Lo ha demostrado la mujer de Santiago del Valle. La misma que ha estado negando la realidad y la presunta culpa de su oscuro marido frente a los fiscales, al juez y a ese ángel con los ojos vendados que sostiene la balanza del bien y de mal, y horas después decide sentarse en un plató matinal para confesar, para implicarlo en el crimen. La verdad convertida en exclusiva, en impacto televisivo, en el éxito de un programa, en más pedigrí para AR, la curtida presentadora que cada mañana hace de la realidad un share de audiencia ganadora. Mal está la Justicia y mal, muy mal, están la sociedad y el país, cuando la verdad deja de ser un testigo de cargo en un tribunal y se convierte en una invitada sorpresa, bien pagada y convenientemente maquillada, frente a una cámara de televisión. La misma tele, el mismo programa que posiblemente Isabel García, la mujer del enjuiciado Del Valle, considera su universo moral, la mejor ventana a la que asomarse para creerse el mundo, el juez más respetado a la hora de dictar sentencia sobre la mentira, los sueños, el dolor, el sexo, la salud, la economía, la vida, la verdad. Tal vez sea la desconfianza hacia las instituciones o la maldición de Warhol, que cada vez promueve más que cualquiera busque sus cinco minutos de fama. Tal vez sea el desarme de la moral o la tiranía del mercado que todo lo banaliza. Tal vez sea el circo social en el que cada cual sueña su número de malabares. Cada una y todas son los valores más importantes de este siglo XXI, los que más cuentan a la hora de enfrentarnos a los hechos, de conformarnos una opinión o una creencia a pie juntillas. Una pena, un despropósito, un drama. La verdad en prime time.