Al parecer, ahora sí toca atacar de nuevo. Como en Irak, hay «poderosas razones» para así hacerlo. El «amigo» Gadafi, que se alojaba hace pocos meses en los jardines del Pardo, es invitado a seguir los pasos de Mubarak en Egipto. Se ha equivocado gravemente al atacar a su propio pueblo, sí; pero también lo ha hecho Israel contra la población palestina de su propio Estado, asesinando a millares de inocentes en Yenin o Gaza, mientras la comunidad internacional –manejada por el grupo sionista– miraba hacia otro lado. El primo Zumosol EEUU con su lema «In God we trust» (confiamos en Dios) para buscar sólo el Gold, el oro, negro en este caso. Cuando Rusia machacó a Chechenia, o China a los estudiantes en la plaza de Tian´anmen, las máscaras superaban al carnaval de Venecia.

Occidente prepara a sus gladiadores antes de echarlos a la arena del circo, los nutre de arsenales militares, justifica y tolera sus correrías dictatoriales a cambio de mantener el status quo. «El día que haya derechos sociales en África, todo nos costará el triple», aseguro hace tiempo por institutos y colegios. Los jerifaltes del sur actuales son marionetas cómplices del G-20, así facilitan la explotación neocolonial de sus recursos. Pero, curiosamente, Naciones Unidas sólo interviene cuando hay algo jugoso que repartir.

La naturaleza, mientras tanto, enseña sus dientes. Terremotos, tsunamis, grandes inundaciones, sequías, hambrunas, revueltas sociales… En la ONU alguien ha calificado estos acontecimientos como «apocalípticos». Desde luego, y sin atender la llegada del mesías en una nube, los hechos cantan por sí solos: el cambio ha comenzado. «Somos la historia que tendrá el futuro», canta Silvio Rodríguez, y no tiene marcha atrás. Adelante, señoras y señores, ¡Pasen y vean!