Summa totius Theologiae S. Thomae Aquinatis Doctoris Angelici»... Hace unos días se pudo rescatar en una planta de reciclaje de basuras de León uno de los tomos de una edición valiosísima fechada en Roma en 1581 de la Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino. Junto a ese volumen, milagrosamente salvado, se perdieron los restantes, triturados por el sistema de prensado del camión de reciclaje.

En ese caso hubo una deidad que deseaba tutelar los libros. Aunque sólo pudo salvar a uno de ellos. Deidad que también nos mira con benevolencia a los que amamos a esos objetos casi sagrados. Espero que ese tomo rescatado de la obra cumbre del Doctor Angélico (recoge la segunda sección de la segunda parte de la Summa, la «Secunda Secundae») esté recibiendo los cuidados necesarios con el fervor que se merece. Y que nos apiademos de sus hermanos desaparecidos con la resignación a la que nos tienen acostumbrados las consecuencias de la estupidez humana.

Después de leer la noticia me acerqué a un rincón de mi modesta biblioteca, el que alberga los doce tomos de mi Summa. Vieron éstos la luz en 1790. Gracias a la venerable imprenta del Seminario de Padua. Encuadernados en pergamino y con sus textos latinos extendiéndose en cómoda lectura sobre un papel portentoso por el que no pasan los años. Mi primer encuentro con ellos fue un flechazo de amor. Y un milagro. Casi tan grande como el del tomo salvado en la planta de reciclaje de León. Estábamos en Heidelberg en una cálida tarde de junio. El marqués de Nájera (uno de los grandes pioneros del turismo de la Costa del Sol, buen amigo y buen maestro) y un servidor habíamos parado en la histórica ciudad del Neckar para almorzar. Nos acompañaban unos amigos de la delegación de Iberia en Frankfurt, donde habíamos aterrizado hacía unas horas. El marqués tuvo la excelente idea de llevarnos a la Haus zum Ritter, una de las hospederías más antiguas de Alemania, en pleno corazón de Heidelberg. Una vez repuestas las fuerzas, las excelencias de una gran cocina y los vinos de Baden nos aconsejaron un corto paseo antes de continuar nuestro viaje. Entonces los vi. Los lomos en pergamino que proclamaban las glorias de la Summa Divi Thomae. Parecía que llevaban siglos esperándome. En una tiendecita de libros antiguos adosada a la iglesia del Espíritu Santo. Protegidos del sol. Aunque perfectamente iluminados por la luz vespertina. La transacción duró unos escasos minutos. El librero sabía que yo necesitaba poseer esos libros. En aquella época –1972– los españoles en Alemania éramos vistos como gente de medios modestos, casi como hoy vemos en España a un inmigrante. Las ínfulas de nuevos ricos no nos llegarían hasta mucho después. Como dicen los ingleses, el dinero y los libros cambiaron de manos. Después pude comprobar que el precio pagado por aquel pequeño tesoro había sido muy razonable.

Esa noche deposité cuidadosamente los libros sobre el escritorio de la habitación del hotel. El augusto Brenner´s Park de Baden-Baden, tan unido a César Ritz. Al día siguiente teníamos allí la presentación de un nuevo torneo de tenis organizado en Marbella por el hotel Los Monteros. Presentación por todo lo alto destinada a los tenistas llegados de todo el mundo a Baden-Baden para el Campeonato Europeo de Seniors y Veteranos. Después de nuestra recepción, el comandante francés, responsable militar de aquella zona de ocupación aliada en Alemania, nos invitó a visitar el famoso casino de Baden-Baden. Me pude disculpar. Sin problemas. Su objetivo era el marqués de Nájera, antiguo oficial de la Legión Extranjera francesa. Pedir a los dioses favores en los juegos de azar del casino hubiera sido algo imperdonable después de que ellos hubieran puesto en mis manos aquellos libros. Que el Doctor Angélico y los maestros impresores de Padua nos enviaban a través de los siglos... «Emendatior et in meliorem ordinem redactus».