Lo propio de la novela de verano es su ligereza, su emotividad (del tipo que sea) y un registro de «inteligencia no intelectual». Midiendo la intensidad de una novela por el gasto de termias del cerebro, la de verano sería de bajo consumo. Pero hay modos de leer. Tal vez el escritor más engorroso sea hoy Thomas Pynchon, para algunos el más grande de los vivos. Yo iría no a su última novela, algo más clemente, sino a una antigua, como V o El arcoiris de la gravedad. Sobre 500 y mil páginas, tramas acumulativas, vuelos a lo insondable, párrafos que piden tres lecturas. ¿Y eso es descansar?, dirá alguno. Es posible: léase sin intensidad, sin retener, dejando que la vista corra la página, aunque se pierda casi todo. Lo que quede bastará para meterse vitaminas de larga duración en la cadena trófica. La otra opción (lectura intensa) sería ya como un viaje estival a un agujero negro.