Aparecen cadáveres de cangrejos en la orilla. Los sedimentos tristes, la despedida del verano. El mundo se tapa los oídos y sintoniza la fanfarria. La alcaldesa que se refocila en un castillo navarro; la polémica del Moclinejo blanco, Moclinejo rosa, fresquísima, casi un guion a destiempo para la exhibición de Conchita Velasco y Manolo Escobar, ella con el pelo de azúcar, ultrayeyé, él con la aceituna y la guitarra, secundados por la turba de detractores y simpatizantes, por todo el cortejo, incluidos el niño y la lata.

Los adolescentes meten la cabeza en una tina de licor, los adultos hacen lo mismo en otra escala. Otra vez el vacío, otra vez el aburrimiento. Deportes: el salto de la vía del tren. El problema de las lindes. Los golpes contra las vallas publicitarias. La gente hace el tonto sin una intención filosófica, ni artística, ni insuperablemente dadá; el tonto sin pensarlo, el tonto de veras. La brutalidad no identitaria, ni siquiera castiza. La violencia desprovista del cuerno tonadillero de la aceptación y la fama. Así sin más, la tontería contra la nada. Contra la insatisfacción. Contra una idea mediana, demasiado mediana. El modelo de dicha falla, el de desdicha está agotado. Aquí no se salva nadie. «Le pregunté a mi peluquera. Ella sabe mucho de esos temas, de Dios, del más allá, del karma». ¿Se acuerdan? Fue la frase del celador de Olot después de envenenar a una de las ancianas a las que cuidaba. Un ser humano, un personaje de la Cataluña de Roberto Bolaño. Perdido y salvaje.

Ejemplo de todo, ejemplo de nada. Cuando esta época se desvanezca y regresen el címbalo y las pelucas pálidas –al final todo vuelve–se hablará de las grietas de la civilización, de una digestión masiva y difícil. La generación autodestructiva, casi tan vieja como la piedra de los ángeles. Rota, tumultuosa, desesperada. Un nivel de ocio, un nivel de desarrollo. Música de secuenciador analógico. Hagiografías de Isabel Pantoja. Es normal, hasta cierto punto, que los adolescentes opten por echarse vodka en la mirada.

No es sólo el sistema productivo el que se desmorona, sino también su acompañamiento moral y filosófico, que es bastante flojo, dicho sea de paso. Pascal, en sus Pensamientos, propone la imagen de un grupo de condenados que observa entre los grilletes como se van produciendo las sentencias y las desapariciones. Con eso define la condición humana. Ahora toca taparse los ojos con las cadenas. Pintar de rosa el acero, pintar el acero de blanco. Como si fuera la única forma. Como si la cabeza también estuviera atada.