Los de los tres países europeos que se encuentran en el ojo del huracán, Italia y Grecia, han decidido capear el temporal recurriendo a gobiernos de crisis en manos de tecnócratas. El tercero, que es España, no. Pero nuestro país se salva por razones ajenas a las medidas de saneamiento económico. Pese a que el presidente Rodríguez Zapatero que, más que un pato cojo, es un pato disecado, hizo todo lo que se le exigía desde Bonn y París –dejemos de lado el eufemismo que consiste en hablar de Bruselas– resulta notorio que no son los poderes políticos sino esas entidades borrosas a las que se llama «los mercados» quienes dictan las sentencias de jubilación para los presidentes en apuros.

Como éstos, los mercados, siguen empeñados en que España esté en la cuerda floja, demostrándolo con la puja que exige intereses más altos, resulta meridiano que lo único que ha salvado a nuestro país de adentrarse por la senda de la tecnocracia es la cita electoral del domingo que viene. Aún más; no es la jornada de votaciones a las Cortes en sí la que prolonga la solución política sino el resultado que todas las encuestas dan por cierto, sin más dudas que el alcance de la avalancha que convertirá en presidente a Mariano Rajoy.

Pero, ¿y luego? Igual que sucede siempre que se estrena un jefe de Gobierno con apoyo gigantesco, la legislatura va a ser un lento camino hacia la desilusión. A ninguna de las cabezas pensantes del Partido Popular, que son muchas, se le escapa la evidente imposibilidad de enderezar la trayectoria maltrecha de la credibilidad financiera española. Y en esta ocasión la economía real depende por completo de la cueva de ladrones porque el dinero necesario para levantar de nuevo a las empresas no puede obtenerse cuando se manejan las cifras de empréstito actuales.

Frente al deshaucio que han sufrido Grecia y Portugal, rematado por el trágala de tener que renunciar a lo que los ciudadanos habían decidido en las urnas, se une el pronóstico reservado que recibe de momento nuestro país. Ya se sabe que los ciclos económicos son en buena parte emocionales, apartados del todo de cualquier brizna de racionalidad. Pero, ¿cuánto durará la euforia por el triunfo de Rajoy?

Si, forzando las hipótesis, nos preguntásemos durante cuánto tiempo se nos perdonaría una victoria de Rubalcaba, la respuesta apunta a unas pocas semanas; un par de meses, todo lo más. Es posible que el giro que supone la llegada al poder del PP, aun limitado por las muy escasas armas de control económico de que dispone un país de la Unión Europea –que no pasen por esquilmar, sin más a sus ciudadanos–, conceda una prórroga del pronóstico reservado.

Pero insisto, ¿por cuánto tiempo? Y si el diagnóstico empeora, ¿qué va a suceder? Se sabe que el rescate de Grecia ha sido de momento inútil y el de Italia sería imposible. Respecto de España, hay que elegir otro calificativo. Propongo uno que, de momento, no he oído. El rescate que nos caerá encima sería, llegado el caso, letal.