En Málaga ya es Navidad. Aunque estemos en noviembre. Millones de bombillas sobre nuestras cabezas con las que pretenden que, de pronto, tengamos dinero en el bolsillo para gastar y gastar sin miramiento. Cierto es que existe un componente psicológico en la Navidad, aunque nos empeñemos en empezar a celebrarla con un mes de antelación. Que tenemos necesidad de regalar y de consumir, y que la luz y la música contagian emociones positivas y llenan de alegría.

Por supuesto que el Centro tiene que estar iluminado, pero independientemente del gusto por la decoración o por motivos elegidos, la cuestión estriba en saber si se podría conseguir el mismo efecto sin necesidad de desembolsar 840.000 euros en el alumbrado. En conocer si, como el resto de los ciudadanos, el Ayuntamiento podría controlar el gasto, o la inversión, en Navidad. Porque en estas fechas la gente compra hasta a oscuras.

Y luego vendrá el recibo de la luz, que será caro aunque se utilice tecnología LED de bajo consumo. Dijo Teresa Porras en el pleno del jueves que el árbol de la plaza de la Constitución consume lo mismo que un secador de pelo… Será el de Rapunzel, de la larga y sedosa cabellera rubia por la que trepaba el caballero del cuento.

Qué pocas luces. Contestaba así a las críticas del portavoz de IU, Pedro Moreno Brenes, que además de soportar que le llamaran alopécico, sintió el perfume embriagador del aviso velado de la supuesta acción de los comerciantes si se le ocurría aparecer a la inauguración del alumbrado. No fue, por si acaso.

Hay luces porque tiene que haberlas. Porque son necesarias. Porque la Navidad tiene que representar un cambio en el concepto de ciudad y se tiene que notar que han llegado estas fechas. Málaga, realmente, está distinta y brilla con luz propia. La Navidad es lo que es aunque la hayamos convertido en un reclamo al consumo. Si las luces sirven, de alguna manera, para reactivar la economía, bienvenidas sean.

Pero mientras tanto, los malagueños son los andaluces que más controlarán el gasto en regalos, juguetes y alimentación en estas fiestas. No alcanzarán los 500 euros por familia. Serán una Navidad triste para aquellas que tienen a todos sus familiares en paro, para los que han dejado de cobrar el subsidio, para los que la crisis le está azotando de lleno. Para ellos no habrá felicidad aunque haya luces.

Y a lo mejor se preguntan por qué en lugar de afrontar un gasto de este calibre en decoración, no se reparte mejor el presupuesto municipal y por qué los políticos no están más iluminados en sus decisiones.