Siempre he querido ser piloto. O en su defecto, notario. Ser envidiado por ellos y deseado por ellas. Ir siempre de uniforme y acompañado de azafatas. Sobrevolar el mundo. Dormir en hoteles de tres estrellas para arriba. Tener como responsabilidad laboral la vida de cientos de personas y una aeronave de millones de euros. Y recibir un sueldo de altos vuelos como recompensa. Pilotar un avión es la profesión con la que sueñan todos los niños. Pero no todo son ventajas. ¿No me creen? Pregunten a los de Iberia. Los pobres. Llega la Navidad y la vida se les pone cuesta arriba, igual que a los controladores. La crisis no tiene miramientos. Maldita época la que les ha tocado vivir a estos hombres que nos transportan entre nubes de un sitio a otro.

Ellos son los que hacen realidad nuestras vacaciones y nuestras lunas de miel. No es de justicia que su empresa abra una línea de bajo coste para no caer en picado y les anime a bajarse el sueldo. Antes que eso: la huelga. No importa que el resto de la compañía –sus compañeros– esté en contra de la medida. Sus manos son las que despegan y aterrizan los aviones. Los que hacen posible el vuelo. Así que ya está todo dicho. Lo que ocurra con los pasajeros y el turismo son patatas de otro saco. Ni el 18 ni el 29 de diciembre volará Iberia.

Las reivindicaciones de los pilotos son tan lícitas y comprensibles como las de cualquier trabajador de cualquier empresa. Lo que no nos gusta al resto es que hagan uso de su derecho de huelga en fechas en las que los demás servimos como arma arrojadiza. Señores pilotos, protesten hasta decir basta si así lo desean, ¿pero podrían ser tan amables de hacerlo entre el 9 y el 15 de enero? Así los pasajeros nos sentiremos meros testigos de sus reclamaciones. Miren que luego vendrá British Airways y les pondrá en su sitio. Y entonces querrán que les comprendamos. Que nos lamentemos de su situación...

Mecánicos, panaderos, comerciantes, electricistas, fontaneros, albañiles, arqueólogos, historiadores, enfermeros, actores, bailarines, periodistas, taxistas... Todas las profesiones están en horas bajas. Incluso la de banquero. El aterrizaje forzoso al que nos están sometiendo los mercados, la bolsa, la prima de riesgo, la deuda soberana y la eurozona no admite diferencia entre pasajeros de clase business, primera y turista. En este avión en constante descenso estamos todos. También los notarios, que ahora ven peligrar su siempre holgada economía con el drástico frenazo de hipotecas, préstamos y demás transacciones de compra y venta. Doy fe de que las notarías son minas de oro. Y lo seguirán siendo. Dudo que llegue el día en el que se produzca esta conversación:

–Hola Pedro, no te veía desde el colegio. ¿Qué es de tu vida?

–Tuve que meterme a notario para sacar adelante a mi familia.

–Bueno, trabajo es trabajo...

–Ya. ¿Y tú? ¿Qué haces?

–Yo soy teleoperador.

–¡Jolines! Anda que los hay con suerte...

–Bueno, no me puedo quejar. Además, tardé 10 años en sacarme la plaza. Anda, déjame que te invite a una mariscada en el Muelle Uno.

jzotano@epi.es