Entramos en la casa y mira: ni un mueble. Dos colchones en el suelo, sin sábanas ni nada y una olla en la que calentaban agua para bañarse». Es la escena narrada por unos ojos que han visto de todo y que, sin embargo, no terminan de acostumbrarse. No son los ojos de un misionero en Caicara del Orinoco, ni de un cooperante en el Cuerno de África. Es la mirada del director del colegio Doctor Gálvez Moll, de La Palmilla. Ayer publicaba una entrevista en La Opinión de Málaga a José López Díaz, que ha dedicado toda su carrera docente a educar a niños y niñas de esta zona de la capital. 32 años, ni más ni menos. Son historias que ocurren, por desgracia, a la vuelta de la esquina. No es necesario irse a La India o a los asentamientos chabolistas de Río de Janeiro. Pasan aquí al lado y no las vemos o no queremos verlas. Familias que tienen sarna en pleno 2012. El 40% de la población escolar con uno de sus padres cumpliendo condena en prisión. Niñas menores de 13 años que ya tienen que ejercer de madres sin conocer si quiera lo que es la adolescencia, víctimas de malos tratos…

«Si pedimos una autorización paterna para hacer una excursión, los niños tienen que llevarse el lápiz del colegio porque en su casa no tienen», decía el director de este centro escolar. Cuando hablamos de pobreza no podemos imaginarnos estas condiciones de vida. La crisis, además, está siendo una aliada decisiva. Una de cada cuatro familias viven por debajo de este umbral y eso es dramático. Cáritas, Cruz Roja, los comedores sociales, Bancosol, las ONG, las cofradías… tienen que multiplicarse y no dan abasto.

¿Qué se puede hacer? Puede que los niños que estudian en los colegios de estas zonas de exclusión social tengan más interés por aprender que sus propias familias por que lo hagan. La educación, sin lugar a dudas, es la base. Pepe López cuenta cómo estos profesores, que además de maestros hacen de padres, reciben los deberes de sus alumnos por correo electrónico a las once u once y media de la noche. Utilizan sus portátiles para ello, se van a la calle, cerca de la biblioteca municipal, y aprovechan la red wifi para mandar las tareas. Eso sí que es querer aprender. Utilizar la escuela como una vía de escape, como la oportunidad de abandonar una vida que no quieren mantener.

Es curioso que tengan ordenadores cuando puede que no tengan ni cama, o que tengan que compartir colchón con sus hermanos. Pero lo usan como una herramienta educativa para progresar. Luego crecen y el 30% de los que termina Primaria no llega a pisar el instituto. Sus padres no les dejan, les obligan a trabajar para colaborar en la maltrecha economía doméstica, pese a que están en edad de estar escolarizados de forma obligatoria. Es triste, una pescadilla que se muerde la cola. Y ocurre ahí mismo. Ni en Asia ni en África ni en Sudamérica. En Málaga.