Hacía calor. Comenzaba la tarde en uno de los primeros días de junio y hasta las aves, reptiles, anfibios y animales de casa y de campo lo notaban: el terral iba a asomar la patita en breve. Lo animales lo barruntan, como le gusta decir a mi buena amiga Julia. Una mujer, llamémosla X, bajaba por la cuesta del Cerrado de Calderón cuando se topa con un pequeño alboroto: una patrulla de la policía y gente agolpada en una de las curvas de esta urbanización malagueña. Aparca el coche y se acerca para descubrir el porqué del alboroto: una pequeña serpiente herida en la cola era la culpable. Había salido de su guarida por el calor y se topó con la carretera, y los coches, y los vecinos asustados. Y la policía, momentos más tarde.

Los agentes, fuerzas de seguridad, autoridades policiales, como quieran llamarlos, porra en mano intentaban tomar control del «altercado». Todo lo lejos y lo cerca que la porra y el orgullo les permitía. Y es que el ser policía no quiere decir que eso de coger bichos sea algo de agrado, pese a que la escena se tornaba por segundos más cómica: ¿Son esos los que velan por nuestra seguridad, los que a cada zigzagueo de la serpiente saltan más alto? ¿Eran los que inspiraron Los hombres de Paco? ¿O los agentes que perseguían sin descanso a Benny Hill? No, simplemente humanos, como el resto de la sociedad. Aunque ellos pasen con el coche por el túnel de La Alcazaba sin encender las luces (no he visto ni un coche patrulla que encienda las luces en ese túnel, y paso todos los días).

La mujer X se acercó. «Es una bicha, no tiene dientes», sentenció con convencimiento. «¿Le importaría ayudarnos?», pidió humildemente uno de los agentes a la par que le daba una porra. La mujer X se dirigió a su coche y sacó una rebeca de entretiempo, la echó encima de la culebra para tranquilizarla. La cogió con las manos, se dirigió al campo y la soltó sin despeinarse ni un solo pelo. «¿Tendrá una muerte digna?», preguntó preocupado el agente a X. «Tiene herida la cola, sobrevivirá», contestó. Subió al coche y desapareció en el horizonte cual heroína de cómic. Tras conocer este episodio he encontrado el sentido al orgullo que sienten los Cuerpos de Seguridad del Estado tras capturar un animal salvaje. Si es que no todo el mundo vale para ser Frank de la Jungla.

Antes de cerrar mis líneas semanales, tengo que espetar un «quién me ha dicho a mí» a una de nuestras personalidades políticas del momento, promesa de futuro y con cargo público, que el pasado jueves por la noche estaba negociando el precio de varios DVD piratas con un vendedor ambulante mientras cenaba con su familia en un conocido restaurante de Pedregalejo... Ejem... ¿no habría que dar ejemplo?