Como una serpiente de verano junto a los numeritos estivales de Sánchez Gordillo y su piscinera troupe, se divulga allende nuestras fronteras el simpático episodio artístico de doña Cecilia Giménez y su creativa restauración del rostro de un eccehomo, fresco pintado en los muros de un santuario del pueblo zaragozano de Borja. Con la mejor de sus intenciones, la buena señora cogió por su cuenta y riesgo la deteriorada pintura y le hizo tal arreglito que lo convirtió en un «Ecce momo» o «Ecce mono», que es como se denomina por las redes sociales al bodrio resultante. (Hasta hay quien anuncia que la próxima restauración será la Dama de Elche, a la que doña Cecilia pretendería alisarle el pelo y quitarle los rodetes, porque ya no se llevan). El episodio del fresco, aparte de demostrar que la crisis no puede con el buen humor del personal, demuestra que no siempre bastan las buenas intenciones para garantizar un buen resultado. Aunque también cabría decir que, tal como está el arte y la pintura actual, si ese mismo bodrio nos lo hubiera vendido un artista de vanguardia, no faltarían voces autorizadas que nos explicasen que estábamos ante un avance descomunal en el mundo de la restauración religiosa, por la sencillez de sus trazos, la limpieza de ejecución, el eco goyesco que evoca la brumosidad del contorno de sus líneas, y hasta los efectos benéficos que teológicamente se desprenden del desdramatizado rostro del eccehomo... En cualquier caso, el escándalo montado a la buena de doña Cecilia no deja de tener su puntazo de hipocresía; porque hace algunos añitos, un tipo como Dan Brown cogió el Evangelio, lo «restauró» por su cuenta y riesgo, y le salió El Código Da Vinci. Y no sólo nadie se escandalizó del resultado, sino que convirtieron el bodrio en todo un best seller. Aquello sí que era grave, y no lo de esta bienintencionada mujer. Y aquél, sí que era un fresco...

«Ecce momo»Miguel Ángel Loma PérezMálaga