Todo son lecturas: el periódico, la novela, las búsquedas de información en Internet, los correos electrónicos, los mensajes cortos, los tuits, los guasaps. Hasta la gente que dice que no le gusta leer no para de hacerlo. Hace tiempo que las camisetas son soportes de textos publicitarios o graciosos pero es la crisis la que les ha dado más contenido.

Ahora el malestar por las rebajas salariales del cinco y del diez por ciento y por las subidas del IVA del ocho al veintiuno por ciento se expresa en algodón cien por cien. El cabreo por el abuso ya no es un grito en la pared, como aquellas pintadas que ensuciaban edificios cuando los muros estaban en manos del pensamiento, no del arte. Ahora, la protesta va en camiseta y no se canta, se viste. En la camiseta, cada uno se expresa con su constitución (y amparados por ella): unos en voz más alta; otros en voz más baja; algunos con voz más gruesa.... Alguna tabla de reivindicaciones se ha visto sobre una tabla de lavar abdominal, que la gente se cuida mucho.

Las camisetas antes iban por dentro y en blanco y ahora van por fuera y escritas. Se han vuelto exhibicionistas, contestatarias y con mucho que leer. Texto y textil han pasado de compartir raíz a compartir rama: la de la camiseta reivindicativa.

Una camiseta en blanco parece un desperdicio, no una muda de antes, sino una prenda muda que produce el vértigo del folio en blanco y va pidiendo una queja en rotulador indeleble.

Funcionarios de la educación y de la enseñanza, extra parlamentarios de la ansiolítico, indignados en distintos grados, ahorradores engañados, cada comunidad tiene su camiseta que es la prueba del algodón -y el algodón no engaña- de la estafa en que se ha convertido este sistema. Quieren dejarnos en bragas y en calzoncillos (no seamos sexistas) y no respectivamente (no discriminemos por preferencias) y para resistirnos estamos en camiseta.