La última semana de septiembre se nos ciñe a nuestra ciudad, que padece unas estaciones que no soportan la presión de estos trenes sin destino, después del calor sin calidez ni termostato de los últimos tiempos. En la imagen literaria, el otoño se representa como la madurez; el ciclo donde la naturaleza -la vida de nuestra urbe- se transforma en colores caducos, y el mar cambia de tonalidad y sus hojas, como olas amarillentas, dejan paso al marrón azulado de una bahía cada vez más desierta y con menos amparo ante el rebalaje de nuestras conciencias; frente al rompeolas de nuestras frustraciones.

Hablar de lo mal que estamos, como lo hacemos diariamente, no va a generar más tristeza a estos colores otoñales que piden paso por propia justicia para estar en su equilibrio natural y periódico. Seguir comentando las rebajas del SARE; la presentación de la ciudad del paraíso en un centro de las Mil y una noches€ de espera -Estambul-; las nuevas hipotecas para morirnos en paz endeudando a nuestros herederos; el crecimiento de la actividad delictiva, según la memoria de la Fiscalía General del Estado de 2011, situando a Málaga (24,8%) como el segundo punto del país, -aún sin desestructurar-, después de Baleares€ No. No justifica que nuestra villa y corte -para algunos- irrumpa en el fogaje del frío otoñal entre tanto desconcierto.

Hoy, se celebra el Día Internacional de la Sordera: dificultad o imposibilidad de usar el sentido del oído debido a una pérdida de la capacidad parcial, denominada hipoacusia, o total, llamada cofosis. Deseo que nuestros representantes públicos, en todos sus ámbitos, recuerden a los enfermos de esta dolencia y se encuentren -preventivamente estancados- en la primera fase de la enfermedad. Vuelvan a asomarse a los versos de T. S. Eliot cuando les recuerdan: «Déjeme mostrarle el trabajo del humilde. Escuche». Les ruego que omitan su estado inconmovible. Vuelvan a prestarnos oídos.