A un «animador» de cruceros, devenido multimillonario gracias al ladrillo y a oscuras conexiones investigadas una y otra vez por la justicia, sucede ahora en el favor del público italiano un cómico, un histrión, que podría haber salido directamente de la Commedia dell’Arte.

Tras el descrédito total de Silvio Berlusconi, cuyo partido, el Pueblo de la Libertad, se desintegra a ojos vistas, parece llegada la hora de un populista de signo político muy distinto, pero que a su manera sintoniza con el pueblo italiano tan bien como lo hizo aquél mientras duró la fiesta.

La prensa italiana ha establecido ciertas comparaciones entre ambos personajes, y así el semanario L’ Espresso, por ejemplo, habla de un «amplio espacio de irracionalidad» que los define y que «alcanza a las zonas profundas del inconsciente colectivo».

Berlusconi ha encarnado, sin embargo, su aspecto más oscuro tras la relumbrante fachada del dinero y del sexo fácil que ése proporciona. Grillo, el lado más luminoso: el de alguien que gracias a sus hábiles tretas consigue siempre salir airoso y sin aparente esfuerzo del mayor embrollo.

En un país en el que la política sirve con demasiada frecuencia para el lucro del que la ejerce y quienes le rodean -parientes, amigos, amantes- y en el que la moral pública brilla tantas veces, como en el nuestro, por su ausencia, un personaje como Grillo ha conseguido fácilmente granjearse el favor de un público harto de los abusos de lo que ve ya como una casta que sólo aspira a perpetuarse.

Efectivamente, el índice de confianza de los ciudadanos en los partidos políticos en Italia, según el instituto de estudios de la opinión pública Ispo, no supera el 4 por ciento.

Grillo y el movimiento Cinque Stelle (Cinco Estrellas) por él fundado no representa tanto la «antipolítica» como el rechazo de unos partidos caídos en el mayor descrédito. Alguien que en un tiempo récord, sin programa y sin una base electoral concreta, se ha convertido en el más votado en las recientes regionales de Sicilia y a quien los sondeos atribuyen a escala nacional en torno a un 20 por ciento de los votos en unas hipotéticas elecciones.

Sus simpatizantes proceden lo mismo de entre quienes antes votaron a Berlusconi que de la izquierda tradicional. Incluso del movimiento «Italia de los Valores», del exjuez Antonio di Pietro, el hombre que luchó en su día con Manos Limpias contra el escándalo de mafia y corrupción conocido como «Tangentópolis», pero cuya estrella se ha ofuscado desde entonces.

Sin embargo, hay quien considera que una cosa es hacer oposición como la hace Grillo, con una combinación de espectáculo y demagogia -cruzando a nado el estrecho de Mesina para apoyar a los suyos en Sicilia, coronando el Etna o fustigando al actual Gobierno tecnocrático de Mario Monti y a la canciller alemana- y otra muy distinta gobernar, es decir, convertir lo que hoy son sólo críticas más o menos acertadas en una fuerza productiva capaz de transformar la sociedad.

Una cosa en efecto es destruir el orden -o más bien el desorden- existente, y otra muy distinta, construir sobre lo desbaratado. Una cosa es la calle y otra, el Congreso de los Diputados. ¿Aguantará Beppe Grillo un día ese nuevo papel sin quemarse las alas?