Togas y batas blancas ocupando entre gritos las calles como lo hacían los monos manchados de grasa y pintura de los obreros industriales de principios del siglo XX. Ayer de mañana las calles de Málaga parecían las de una película fantástica con manifestaciones tan inhabituales. Los periódicos que algunos manifestantes llevaban en la mano vomitaban el sentimiento de vergüenza que ha declarado Ignacio García, el presidente de la fallida comisión de investigación de los presuntos ERE fraudulentos, cuyas conclusiones se negó ayer a firmar. O mejor, unas no conclusiones ya definitivas de esa comisión que llegó tarde y mal, y que habrá costado una pasta durante los días que se ha celebrado en el Parlamento andaluz.

Mientras todo eso ocurría como si pareciera mentira, un pequeño grupo de cinéfilos andaba reunido en una salita del Rectorado malagueño. Andaban empeñados en corroborar, con la excusa de haber sido el jurado oficial de la 22 edición del Fancine que organiza la universidad malagueña y haber visionado unas treinta películas, entre largas y cortas, que el cine fantástico y de terror sigue dando más miedo y siendo más fantástico que esta intratable realidad cotidiana.

Viviendo las horas de vida que pasaban por la pantalla en esa maratón de cine como si fueran parte de sus vidas, en la mirada tenían -teníamos- todavía, escenarios apocalípticos donde los buenos intentaban escapar del canibalismo amoral de los malos. Y el periplo de una periodista entrevistando a un señor llamado Wang, sin saber que luego sería el asesino de la Humanidad, a pesar de tener pequeños brazos de pulpito que habla desde su púlpito extraterrestre. Y a un médico que intenta salvar a los demás de la terrible enfermedad que mató a su hijo, sin darse cuenta hasta el final de que su hijo estaría aún vivo si no hubiera sido por culpa de su padre médico. Y a un rebelde hijo de Satán que no le ve sentido a ser malo y huye del infierno, pero que tras pasar por la Tierra en plena guerra nuclear continúa su viaje hasta el Cielo donde descubre que Dios se pasa las horas viendo Sálvame, con el mando distancia en la mano. Y a un pobre hombre, solo entre sombras cadavéricas, que huye de esos monstruos aferrado a una fotografía que quizá sea el recuerdo de su hija, hasta que logramos comprender que sólo es lo que ocurre en la mente del protagonista cuando pierde el conocimiento, encamado en la habitación del hospital donde su hija, la muchacha de la foto de ese mundo peligroso y raro, le agarra la mano rezando para que supere el agresivo cáncer de estómago contra el que está luchando su padre. Y a una chica adolescente que sueña con ser cirujana, tan inteligente como extraña, que no soporta más ser la rara de la clase, ni que su única hermana se esté muriendo de fibrosis quística, con consecuencias aterradoras. Y€ The End.

Esta noche se clausura en el cine Albéniz el Fantástico de la UMA. The End (pero que sólo sea hasta el año que viene).