Pasa como cuando en España se decía que contra Franco vivíamos mejor. La oposición a Mubarak unió en aquellas jornadas de la ya famosa plaza Tahrir, hace ahora un par de años, a una multitud heterogénea en donde había de todo: jóvenes y viejos, mujeres y hombres, niños y ancianos, musulmanes y coptos, intelectuales, amas de casa, blogueros y analfabetos, profesionales liberales, estudiantes y trabajadores, todos unidos en el común deseo de poner fin a a dictadura e iniciar una nueva etapa política participativa en el país con mayor peso histórico y mayor proyección cultural del mundo árabe.

La revuelta en Egipto era parte de una revolución más amplia que se inició en Túnez y que ha sacudido los cimientos de un mundo árabe que sesteaba desde que su lucha de liberación colonial se viera secuestrada por regímenes de corte autoritario. Se conoce ese amplio movimiento como Primavera Árabe y si bien sabemos cómo empezó, nadie es hoy capaz de aventurar cómo acabará a la vista de los problemas que enfrenta Túnez y lo difícil que está resultando crear estructuras estatales integradoras en Libia. Por no hablar de Siria, Irak, Yemen y Bahrein, que están en otra liga.

Lo que de verdad importa es lo que ocurre en Egipto, heredero de los faraones y sede de la universidad de Al-Azhar y del diario Al-Ahram, que unen prestigio e influencia sin parangón en el mundo árabe y musulmán. Y allí, donde la revolución triunfó con la caída de Mubarak, las cosas se están torciendo. Tras unas elecciones ganadas por los pelos por los islamistas, el presidente Morsi se ha embarcado en una deriva islamista que contradice sus promesas iniciales y que ha sembrado la alarma entre la población. Lo que se está jugando estos días en El Cairo es muy importante, se decide si el estado se dota de una constitución islamista o secular. Egipto tiene siete millones de coptos, que son cristianos, que no son menos egipcios que los musulmanes (82 millones) y que quieren una constitución para todos. De hecho la voz «copto» significa egipcio, aunque la mayoría estén en Etiopía (51 millones).

Los Hermanos Musulmanes ganaron las elecciones que siguieron al derrocamiento de Mubarak frente a una oposición laica dividida que cayó en la contradicción de acabar apoyando a Shafiq, un antiguo colaborador del dictador. Llamó entonces la atención el buen resultado que obtuvieron los salafistas, que son islamistas más conservadores y radicales que los Hermanos y que ahora están seguramente tras la deriva del presidente Morsi, al que controlan de cerca. Este, que se estrenó con una exhibición de independencia viajando a Teherán y Beijing y obtuvo luego un resonante éxito al mediar en el conflicto de Gaza entre Israel y Hamas, se ha sentido suficientemente fuerte como para dar un golpe de mano, blindarse con poderes especiales frente al Judicial y hacer aprobar en un Parlamento a la medida (del que se ausentaron en protesta los laicos) un proyecto de Constitución que consagra al Islam como religión del estado y a la Sharia como fuente de legislación, restringe la libertad de expresión, encarga a las autoridades velar por la «moral pública» y pone límites a la igualdad de género entre otras cosas.

Al mismo tiempo, este proyecto constitucional que se someterá a referéndum el próximo día 15 -si Alá no lo impide- hace un guiño a los militares, buscando su complicidad y ofreciéndoles, a cambio, inmunidad por el pasado y garantizándoles que a partir de ahora nadie se meterá en sus asuntos, que el ministro de Defensa será un militar y que los oficiales serán mayoría en el Consejo Superior del Ejército sin cuyo acuerdo (y el del Parlamento) el presidente no podrá declarar la guerra. Si la hubiere, el presidente y el ministro de Defensa compartirán la dirección de los ejércitos. Se comprende que los militares estén contentos y estén participando en una especie de pinza con los islamistas que ahoga a los sectores laicos que iniciaron la revuelta frente a Mubarak y que temen ahora haber salido de Málaga para caer en Malagón.

Tras repetidos enfrentamientos callejeros entre islamistas y laicos, parece que los liberales que rodean el Palacio presidencial de Heliópolis, protegido por los tanques del Ejército, van a boicotear el referéndum del próximo sábado. Eso garantizaría la aprobación del texto constitucional que por ello mismo nacerá seriamente debilitado, augurando futuras inestabilidades que a nadie convienen. Lo que suceda la semana próxima se reflejará en el futuro de Egipto y en el camino que tomen otros países.

Todo esto demuestra que en el mundo del Islam, que como se sabe es tanto una religión como un modo de vida, la alternativa a la dictadura puede llegar a ser una especie de democracia respetuosa con sus preceptos y por tanto limitada. Como me dijo en cierta ocasión Abbás Madani, líder del islamista Frente de Salvación argelino (FIS): «la democracia en el Islam tiene un valor instrumental, sirve para elegir a los mejores...cuya función es ejecutar la voluntad de Alá porque Dios no se somete a votación». Es lo que hay aunque los sectores laicos de Egipto traten de escribir su propio futuro, algo que en si es un cambio muy positivo y ya se sabe que mientras hay vida hay esperanza.